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Bs representa, y el de Monserrate uno de los más antiguos y céle- bres de España, y que por aquellos mismos tiempos fué visitado por el admirable S. Benito José Labre, como antes lo había sido por $. José de Calasanz, S. Luís Gonzaga, S. Ignacio de Loyola, S. Francisco de Borja, S. Vicente Ferrer y otros muchos santos, fueron un objeto especial de su veneración y de su amor. Tales son las manifestaciones principales de la grande y ad- mirable fé del beato Diego: profundísima devoción al augusto é incomparable misterio de la Santísima Trinidad, al santo sacrificio de la misa y á Jesús sacramentado, á los sacerdotes todos sin ex- cepción y á la bienaventurada Virgen María. No podía manifes- tarse mejor el don sobrenatural de la fé de que estaba animado el Siervo de Dios. El justo vive de la fé, no porque la fé sola set toda la vida del justo, sino porque la fé es la raiz, el principio y el fundamento de la justificación. El árbol no puede menos de ser frondoso cuando sus raices y su tronco están llenos de sávia, y cuando vemos el árbol marchito en la primavera no vacilamos un momento en afirmar que el principio vital está gravemente ata- cado. Igualmente el estado en que se encuentra la fé de los pue- blos no puede apreciarse mejor que por el estado en que se en- cuentra la devoción á la beatísima Trinidad, al Santísimo Sacra- mento, al santo sacrificio de la misa, y á la Virgen Santísima. Donde la devoción á tan altos misterios sea vigorosa y general es imposible que la fé no sea también grande y vivísima en la ma- yoría del put blo. ¡Ojalá que el recuerdo del beato Diego vigorice otra vez la fé de España, y especialmente de Andalucía teatro principal de su apostolado, tierra privilegiada que le vió nacer, y guarda sus venerables restos mortales! CAPITULO VIII. La esperanza del beato Diego. La esperanza cristiana es la segunda de las virtudes teologa- les, y absolutamente necesaria para la vida del justo en este mun- do, y su eterna bienaventuranza en el otro: tan imposible es agra-