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— 56 — No quedó satisfecha todavía la grande devoción de nuestro beato Diego: aún faltaba alguna cosa: la solemnidad de la festa. Traba- Jó, pues, con el más feliz resultado para que ésta se celebrara de la manera más solemne posible así en el Coro como en el Altar. Aun hoy día todos los Capuchinos españoles así en España, como en América, Asia y Africa celebran la fiesta de la Divina Pasto- ra con una solemnidad tan grande y espléndida, que no es aventa- jada ] ] au or ninguna otra, la veneran como patrona universal de to- IS Sus misiones, y propagan su culto en todas partes con el mayor celo y pi dad. Finalmente á ellas se debe el que toda la Orden ha- ya aceptado su fiesta y oficio propio, oficio de que el mismo beato Diego dió la idea componiendo uno devotísimo y muy apropiado á la festividad y título de Divina Pastora con que se honra á la Santísima Virgen. Pero por grande que fuera la devoción con que la veneraba bajo el título de Divina Pastora, era todavía mayor y más tierno el afecto que la tenía bajo el título de Ntra. Sra. de la Paz, según el testimonio de todos sus contemporáneos. (1) Esta es en verdad una de las advocaciones mas propias y Madre de Dios. 1 rÚ 'ordia, gloriosas de la excelsa sa Iglesia la saluda llamándola Madre de mise- vida, dulzura, esperanza nuestra... Y quién duda que la Divina Providencia le confió uva misión conciliadora, una misión de paz y de misericordia? Predestinada desde ab eterno, y colmada de bendiciones para ser dignísima madre de Jesucristo, de nuestro divino Salvador y adorable Redentor, según el orden inmutable de los decretos eternos relativos á nuestra salvación, su libre con- sentimiento era necesario para la encarnación del Verbo divino. En su casto seno se realizó la unión de Dios con el hombre, allí se hizo hombre pasible y mortal, allí se revistió de nuestra carne permaneciendo siempre inmutable en sí mismo, allí Dios s e hizo hombre y el hombre se hizo Dios no por la confusión de las na- turalezas, sino por la unidad de la persona divina; allí fué donde Dios y el hombre se dieron un abrazo de amor: allí fué donde Dios se anonadó para ensalzar al hombre, allí fué donde el Señor le dió las más grandes bendiciones de su eterna misericordia; allí fué donde Dios y el hombre se reconciliaron, allí fué en fin, (1) Hardales, Antonio de Sevilla y demás biógrafos que lo trataron.

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