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cr de desacreditarlo, difamarlo, entregarlo al ludíbrio público. Es tanto más importante conservar la buena reputación del sacerdote y el prestigio que á ella está vinculado, cuanto que su ministerio es más delicado y necesario para la santificación de las almas, la paz y buen orden del mundo. No es posible atacar á los sacerdo- tes sin conmover los fundamentos de la religión. El orden de co- sas, los principios, las doctrinas que representan no pueden menos de caerswen descrédito si los sacerdotes no son respetados. Los sa- cerdotes y la religión no pueden confundirse é identificarse, pero tampoco pueden separarse: ni hay religión sin sacerdote, ni sa- cerdote sin religión: la religión ennoblece y realza al sacerdote, y el sacerdote á su vez contribuye al decoro y prestigio de la reli- gión. Tal es la solidaridad que existe entre la religión y el sacer- dote, tan intima y profunda es su unión, tan comunes son SUS 1M- tereses. ¿Y quién es el Sumo Sacerdote, el Pontífice eterno y su- premo de la religión católica? Su gran Pontífice, su primer Apos- tol es el mismo Jesucristo, él es el Doctor infalible y supremo de nuestra fé, él es el Padre del sacerdocio, el autor del apostolado. De consiguiente, no es posible vilipendiar al sacerdote, sin menos- cabar la dignidad de Jesucristo, sin combatir su obra, sin atacar su doctrina. Jesucristo es el Pontífice soberano y eterno de los bienes espiri- tuales y permanentes, el padre del siglo venidero, el fiador de nuestra gloriosa inmortalidad. Los sacerdotes son los padres espi- rituales de las almas por su carácter y por su ministerio, contri- buyen á su regeneración, á su santificación, á su eterna salvación, á su gloria suprema. Jamás podrá el pueblo devolver á los Sa- cerdotes los bienes que de ellos recibe, y por eso siempre los de- be considerar como á sus bienhechores, á sus protectores y pa- dres. Y si es indigno de hijos el faltar al respeto que deben á sus padres, si faltan gravemente contra la piedad filial cuando afligen, humillan y desacreditan á sus padres ¿cuánto más indigno es de los católicos el vejar, oprimir y perseguir á los sacerdotes de su reli. gión? Los católicos que así obran ó han perdido la fé, ó profesan una religión que no comprenden, Aprendamos de nuestro beato Diego á honrar y venerar á los sacerdotes del Altísimo, no precisamente por razón de su ciencia y de sus virtudes, sino á causa de su carácter sacerdotal, de su mi-
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