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or veneración por los sacerdotes, manifestando la que él mismo les profesaba en estos términos: ”El Señor me dió, y da todavía una fe tan grande en los sa- cerdotes que viven según la forma de la santa Iglesia Romana, á causa de su carácter, que si me persiguieren, quiero recurrir á ellos mismos. Y aun cuando yo fuere más sabio que Salomón, si encon- trase sacerdotes pobres en este mundo, no predicaría en sus igle- sias contra su voluntad. Y quiero respetarlos, amarlos y honrarlos á éstos y á todos los demás, como á mis señores. Y no quiero fijar- me en sus pecados, porque en los sacerdotes veo al Hijo de Dios, y son mis señores. Obro así porque en este mundo no veo nada de una manera sensible de este mismo Altísimo Hijo de Dios, sino su preciosísimo Cuerpo y Sangre que ellos mismos consagran y reci- ben, y que ellos sólos administran á los otros.” Tal es la profunda y elevada teología en que N. $. P. S. Fran- cisco fundaba el profundo respeto y veneración que tenía á los sa- cerdotes católicos. Cualesquiera que sean sus cualidades y defectos personales, el caráter sacerdotal de que están revestidos es un ca- rácter santo, indeleble, inamisible. A €l están vinculados los más su- blimes, grandes y maravillosos poderes que Dios puede delegar á una pura criatura. Ellos sólos consagran el Cuerpo y Sangre del Altísimo Hijo de Dios, única cosa que de Jesucristo vemos sensi- blemente sobre la tierra. Por todos estos motivos los sacerdotes son otro Jesucristo en este mundo, sus representantes, su auténtica imagen, El carácter sacerdotal es el vínculo de una alianza indi- soluble entre el sacerdote y Jesucristo, Pontífice eterno y Supremo, en quien reside la plenitud del sacerdocio, y del cual se extiende á los demás como ramas procedentes de un mismo tronco, y luz que se deriva de un mismo y único sol de justicia. Por eso el mi- nisterio sacerdotal es un ministerio santo, santo por la santidad del sacerdocio de Jesucristo, y aun cuando por sí solo no santifi- que al sacerdote de modo que éste ya no necesite otra santidad para salvarse, sin embargo da al sacerdote una santidad legal que le hace venerable y digno de todo respeto. Nuestro seráfico P. S. Francisco de Asís comprendía y practi- caba admirablemente esta elevada y sólida teología. En estos últi- mos tiempos, en que los sacerdotes católicos han sido el objeto de todas las diatribas, sarcasmos y vilipendios de la impiedad; vícti-

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