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da sistir de tan santo ministerio origen de tantas gracias para sí pro- pio y para toda la Iglesia, para los fieles que militan en este mun- do, para los que expían sus faltas en el purgatorioy los que gozan de la bienaventuranza en el cielo. Cuando no le era posible celebrar á causa de sus enfermeda- des, comulgaba sacramentalmente, y era tan grande el fervor con que se preparaba, que á veces quedaba extático, fuera de sí, ab- sorto en la mús sublime contemplación de tan divinos misterios, como así lo encontró una ocasión el enfermero Fr. Miguel de San Esteban. Esa profunda devoción revela evidentemente su admirable fe y piedad en el santo sacrificio de la Misa. Los sentimientos de que rebosaba su corazón se hacían sensibles en todo su exterior. Su mo- destia, compostura y recogimiento que tanto edificaban, no eran una actitud ficticia, estudiada, forzada: todo era natural, es decir, expresión sencilla, espontánea, verdadera de su fe y de su amor, El alma comunica al cucrpo no solamente la vida, el vigor y las fuerzas físicas, la belleza sensible, la hermosura natural; nó, no es eso lo único que el alma comunica al cuerpo, le comunica también esa luz de inteligencia que tanto brilla en la frente y en la mirada del hombre, le comunica igualmente el resplandor de la santidad que tanto lo eleva y ennoblece. Cuando todo el cuerpo aparece santo, cuando todo su exterior respira virtud, cuando tiene ese aire de fe y de piedad que admira y cautiva, es porque el alma misma está llena de fe y de amor, y de la plenitud de esa abun- dancia se deriva al cuerpo la belleza y hermosura de la santidad, que tanto adorna y embellece al cuerpo del hombre. Y así como el mundo revela la gloria de Dios, y en cierto sentido hace visibles sus eternos atributos, así tambien el cuerpo revela los verdaderos sentimientos del alma. PARAGRAFO IV. Profunda veneración con que nuestro beato Diego miraba á los sacerdotes. Nuestro seráfico P. $, Francisco de Asís, en su Testamento, recomienda á todos los religiosos de su Orden te ngan una grande

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