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A cio en el que Jesucristo se sacrifica á Dios Padre para la salvación del mundo sobre nuestros altares por el ministerio del sacerdote; no hay expresiones con que dar á entender la sublime magestad, la angelical modestia y divina religiosidad que brillaban en su ex- terior cuando celebraba el santo sacrificio. Nó, la pluma no puede describir tan santa compostura, tan sublime recogimiento, tan profunda y sostenida devoción; nó, no hay artista que pueda tras- ladar al lienzo, á la madera, á la piedra, al bronce la auténtics expresión de los sentimientos que realzaba la venerable persona de nuestro beato Diego en la ejecución del más sublime ministerio del sacerdote sobre la tierra: para formarse una idea de la fé y piedad con que celebraba, es preciso haber tenido la dicha de verlo en tan augusto ministerio. Las personas que tuvieron la grande felicidad de asistir al santo sacrificio de la Misa celebrado por nuestro beato Diego, que- daban tan dulce y santamente conmovidas, que no podían resol- verse á soportar por mucho tiempo la privación de tan grande y cristiano consuelo. Muchas eran las personas que desde la madru- gada muy temprano, antes que se abriera la puerta de la iglesia, ya estaban esperando para no perder la ocasión de asistir á la Mi- sa celebrada por el venerable religioso. En varias ocasiones hubo personages notables que pedían con insistencia se les concediera /a gracia de permitirles pasar la noche en el convento á fin de gozar del hermoso y agradable espectáculo que ofrecía á todos los asis- tentes el beato Diego cuando celebraba el santo sacrificio del in- maculado Cordero que con su muerte dió la vida al mundo. Así los eclesiásticos como los seculares se sentían vivamente compun- gidos, su fe y su piedad se dispertaban y vigorizaban, los senti- mientos de humildad, de caridad, misericordia, mansedumbre, de amor y penitencia brotaban del fondo de sus corazones como las aguas del peñasco de Horeb cuando fué herido por la vara de Moisés. El espíritu de log asistentes se inflamaba con las más pu- ras llamas del amor divino, porque estaban en presencia de una alma que ardía y se abrasaba con el casto y purísimo fuego del divino amor. En la villa de Morón sucedió el hecho siguiente: Merodeaban en aquellas regiones dos facinerosos manchados con grandes crí- menes, y por este motivo arrojados de todas partes y perseguidos

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