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EZ de Jesucristo en la Santa Eucaristía, y ardiera su corazón con las llamas del mas puro y abrasado amor hácia Jesús Sacramentado. No le faltaba este amor, no le faltaba esta fé, según se echa de ver por sus obras: hay en su vida un hecho prodigioso que nos lo revela con toda claridad. En el año 1776 orando una noche delante del Altar del Sagra- rio del Convento de Sevilla, en el fervor de su oración prorrum- pió con estas palabras: ”Señor, si los Cielos de los Cielos no pue- den conteneros, cuanto menos este templo!” A esta exclamación de té y de amor se respondió con estas palabras: ” Acércate ámi y te instruiré.” Esta amorosa invitación produjo un efecto admirable. Levantóse inmediatamente nuestro beato Diego, y sin tocar la tierra se fué con gran rapidez hácia el Tabernáculo donde se guardaba el Santísimo Sacramento, y pegado á la puerta del mismo profirió estas palabras: ” Hablad, Señor, que vuestro siervo escucha.” El Se- ñor habló en efecto, y ¿qué le dijo? El mismo beato Diego vá á ex- plicárnoslo: escuchemos con atención. Si en fuerza de mi amor á los hombres, le dijo, me quedo con ellos en las iglesias y en los templos materiales, y en ellos recibo con agrado los obsequios que me rinden ¿con cuánta mayor complacen- cia estaré en sus almas, cuando este es precisamente el motivo por el que me quede con ellos hasta la consumación de los siglos? Pre- dica sobre esto con frecuencia á los pueblos, y persúadeles me visi- ten y clamen en los Sagrarios, donde estoy para su consuelo y re- medio.” Los PP. Fr. Agustín de Oviedo y Juan de los Castillejos, tes- tigos del suceso, afirmaron que este coloquio entre Jesucristo y nues- tro beato Diego duró cerca de media hora. Si antes de tan memo- rable acontecimiento fué devotisimo del Santísimo Sacramento, si no acertaba á retirarse de los Sagrarios donde se guardaba, si siem- pre procuraba orar junto al Tabernáculo, si su corazón se llenaba de alegría cuando estaba delante del altar donde moraba Jesús Sa- cramentado, si con los ojos de la fé lo contemplaba resplandeciente de gloria en medio de sus ángeles y santos, ya se deja entender cuánto más viva y profunda sería su fé después de un prodigio tan maravilloso. Desde entonces, en efecto, se observó que nuestro beato Diego hablaba con más frecuencia y ternura de la devoción y culto del

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