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o da, desapareció el inminente peligro de morir, y dió á luz otra niña con el gozo y alegría que es de suponer después de haberse 2... dos veces en el trance de la muerte, y dos veces librada con tan v1- sible protección de Dios. Sería interminable referir todos los milagros que obró en casi todas las regiones de España. Hay, en efecto, un gran número de milagros de tercer orden y varios de segundo orden. Pero no pode- mos menos de consignar los frecuentes extasis que tenía sobre todo cuando predicaba sobre el amor de Dios. En varias ocasiones fué necesario bajarlo del púlpito, como sueedió en Urense, cuyo grande y santo Obispo el Excmo. Sr. Cardenal Quevedo y Quintana le su- plicó que predicara sobre la necesidad y excelencia del amor div noO. Alguna vez tuvo también el gran privilegio de la bilocación, el de hacerse instantáneamente invisible, y el de aparecerse á perso- nas situadas á larga distancia del lugar donde se encontraba. ¿Y por qué omitir otro prodigio de los más importantes? Nuestro beato Diego predicaba con frecuencia durante dos ho- ras sin interrupción en las plazas públicas, á auditorios de 10, 15, 30 y 40.000 personas, y sin embargo todos los asistentes oían su voz con claridad: ora estuviesen cerca, ora estuviesen lejos, le oían tan perfectamente que no perdían una palabra. Sin una gracia especial de Dios ¿cómo era esto posible en un hombre estenuado por los ayunos, vigilias, cansancio y fatigas de toda especie? No, no puede esto explicarse naturalmente, y es preciso reconocer en esto el dedo de Dios, y un milagro permanente, porque esto no está en las fuer- zas de la naturaleza. Así autorizaba Dios la predicación del beato Diego, así cóope- raba á su apostólico ministerio, así hacía fecunda la semilla de la divina palabra sembrada en toda España por su fiel servidor. No debemos, pues, admirarnos que en todas partes se le vene- rase como un santo, que los pueblos se Apresuraran á agruparse en torno de su cátedra, y que la reforma general de las costambres si- guicra siempre á su predicación. ¿Qué no puede la divina palabra anunciada por un varón tan favorecido de Dios como nuestro beato Diego? Su voz conmovía toda España, abatía los cedros del Líbano, es decir, los pecadores se convertían, los vicios eran desterrados, los errores extirpados, la verdad y la virtud triunfaban, porque el Se- or Todopoderoso estaba visiblemente con él
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