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— 23 — Una señora molestada de una penosa y prolija enfermedad es- cribió al beato Diego exponiéndole sus dolorosos y obstinados pade- cimientos, y pidiéndole al mismo tiempo el remedio que ni las me- dicinas, ni la ciencia le habían podido dar. ”Interésese por mí, Pa- dre mío, le decía en la carta, interésese con Dios para que me pon- ga buena. Todo corre de vuestra cuenta, porque á mí ya me falta la fé para pedir por mi propia salud.” A esta carta contestó nuestro beato Diego, diciéndole: ”Su carta me ha afligido mucho: no es asunto de sermón lo que me pide, aunque lo merece; pero es preciso buscar mejor abogado, como lo he hecho yo mismo, acudiendo á Ntra. Sra. de la Paz: sin embargo, si consiste en mí el mandarlo, porque su fé y su obe- diencia lo requieren, y expresan sus generosas expresiones, yo le mando en cuanto me es permitido, se ponga V. buena. Cuidado que no es mandato de carta ó de cumplimiento, sino mandato de verdad y de corazón. Si el efecto no corresponde... iba á decir quéjese V. de sí misma, pero mejor diré que toda la culpa será mia” La enferma recibió esta carta con los más vivos sentimientos de fé y de piedad, y confiada en el mandato del Siervo de Dios, al ins- tante se quitó los parches de sus llagas, y quedó perfectamente sa- na. Acostumbraba repartir entre los fieles cedulitas en nombre de la Santísima Trinidad y de la Santísima Virgen en el misterio de su Inmaculada Concepción. Muchos son los prodigios que obró con ellas, y entre estos milagros merece contarse la curación instantá- nea de una criada de D. Fernando María Escobedo, que se hallaba en el trance de la muerte por habérsele atravesado un alfiler en la garganta, y que no fué posible extraérselo. También en la ciudad de Olot, situada en la diócesis y provin- cia de Gerona, sucedió otro milagro muy importante: Una señora padecía intolerables dolores de parto, y S0 hallaba en tan peligrosa extremidad que se temía muriese de un momento á otro. En tan desesperada situación pusiéronle en sus manos dos cedulitas de las que el beato Diego distribuía, al instante se calma- ron los agudísimos dolores, cesó el peligro en que estaba su vida, y con toda felicidad dió á luz una niña. Renováronse otra vez los do- lores del parto, reapareció de nuevo el peligro de muerte. En tales angustias renovó la paciente su fé y confianza en las oraciones del beato Diego, tomó otra cedulita, é inmediatamente se sintió alivia-
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