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cia, Maa sión en acción de gracias, llevando la imagen de Jesús, y la piedra que había caido. Predicando en Andújar en la plaza sobre el per- dón de los enemigos, fué oido con toda claridad por unos labrado- res que trabajaban la tierra á unos cuatro kilometros de distancia, Uno de ellos vivía enemistado con una persona desde bastante tiem- po, y admirado del prodigio fué á la ciudad, se confesó con el beato Diego, y se reconcilió sinceramente con su enemigo. En la segunda misión que dió en Córdoba sucedió un milagro más grande todavía. Una de las tardes predicaba desde el balcón principal que tiene la ciudad' en la plaza de la Corredera. Encapo- tóse el cieloy principió á lloyer. Oró el beato Diego al Señor, in- vocando la Santísima Trinidad, la Divina Pastora, San Rafael, custodio de la ciudad, á los Santos Mártires Patronos de la misma y al V. Padre Posadas, para que la lluvia no impidiera el sermón, y los oyentes no perdieran el fruto de la divina palabra. Así suce- dió en efecto: el sermón duró siete cuartos de hora, la lluvia siguió durante algunos días dentro y fuera de la ciudad, pero en la plaza no cayó una gota de agua. En la última misión que dió en Sevilla en el año 1792, un sa- cerdote irlandés recién llegado á España, y que no entendía el es- pañol, comprendió tan perfectamente el sermón que predicó el bea- to Diego en el día que le oyó predicar, que dió el análisis del mismo sermón así que llegó al Convento donde paraba, delante de los re- ligiosos que también habían asistido. Cuando iba de Granada á Guadix, en la ermita de San Anto- nio de Fardes le habían salido al encuentro más de 500 personas, entre las cuales había una muger de Alfacar ciega y tullida. El beato Diego la curó en presencia de todos los concurrentes con solo leer el Santo Evangelio de San Juan. En la ya citada ciudad de Martos curó repentinamente á una muger loca furiosa. En la ciudad de Vélez curó instantáneamente una muger para- lítica llamada Teresa Rivero y Mercado, invocando sobre ella el nombre de la Santísima Trinidad. En Zaragoza curó igualmente de una manera instantánea al hijo del alcaide de la cárcel, que estaba del todo sordo, y en Algo- donales hizo otro tanto con u na muger desahuciada y casi difunta de una calentura éthica.

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