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PY. a 5, 6 y 7 leguas iban en procesión rezando el Santo Rosario, y llevan- do las imágenes más veneradas en sus pueblos respectivos. Hubo días en que en la plaza y ventanas de las casas que la forman ha- bía más de 40.000 personas, y la concurrencia llegóá ser tan enor- me, que un día no se pudo predicar porque las autoridades civiles y militares creyeron que no era posible evitar los graves inconvenien- tes que suelen acarrear las grandes aglomeraciones. El Sr. Marqués de Veniel socorrió dos mil vecinos del lugar de su título que habían ido á Murcia en procesión para asistir á la mi- sión que daba el beato Diego de Cádiz: el número de personas que de los pueblos situados en los alrededores de Murcia concurrieron á los sermones del inmortal misionero, pasó de 29.000. El Sr. Obispo repartió limosnas á más de 23.000 que habían abandonado sus casas y el trabajo con el objeto de asistir á la mi- * sión. Diricíanlos sus respectivos párrocos, y por su medio se distri- buían los socorros que necesitaban para vivir durante su permanen- cia en Murcia. Lo mismo sucedió en Zaragoza. No fué únicamente la capital de Aragón la que se agrupó en torno del beato Diego José de Ci- diz: todos los pueblos del alto y bajo Aragón, hasta la misma Pam- plona, á pesar de estar situada á tanta distancia, dió su contingente para formar el inmenso auditorio que le escuchaba con la más pro- funda y religiosa atención: calcúlase que no bajaría de 50.000 per- SOnas, En Barcelona predicó en la plaza llamada de Palacio: atendida el área de la misma, 1; apretada que estaba la gente, y la multitud que llenaba los balcones de las casas, se calcula que el auditorio se- ría de unas 55.000 personas. Habiendo llegado á noticias de las autoridades eclesiásticas y civiles que muchos millares de personas procedentes de los pueblos Ccomarcanos se disponían para má Bar- celona con el objeto de oir al beato Diego, se decidió suspender los Sermunes porque no había entonces en aquella ciudad una plaza bastante grande para contener tanta gente, ni era posible predicar fuera de la población por el mal tiempo que hacía. Por donde quiera que pasaba era tan grande el gentío que se agolpaba por los caminos, que era preciso custodiar al ilustre mi- sionero, no porque se temiera algo contra él, sino para facilitarle cl tránsito, y evitar los inconvenientes que casi siempre se originan de los grandes concursos.

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