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abrirnos las puertas de la eterna bienaventuranza, un rayo de la luz divina penetró su alma. Nuestro beato Diego adquirió un conoci- miento más exacto y profundo de la imperfección humana, y de la sabia bondad que siempre encuentra nuevos recursos para levan- tar al hombre culpable hacia los goces celestiales. Dulce y profun- damente conmovido, oyó en el fondo de su corazón una voz que le decía: “De nada te servirá ésto si no fueras otro yo por imitación.“ “Quedé entonces como aterrado, escribía el beato Diego á su Di- rector; pero con ardentísimos deseos de ser por imitación un Jesu- cristo en mis obras interiores y exteriores, y con luz bastante para conocer lo que se me pedía con el fin de no perderme... y desde entonces crecía en mí, por horas, este deseo, al paso que seguía mi relajación y olvido en ejecutarlo.** Los santos nunca se creen perfectos. Cuanto mayores son sus progresos en la santidad, mayor es el éonocimiento que tienen de sus imperfecciones. Sucede con la virtud lo mismo que con la sabi- duría. Así como el horizonte de la ciencia se agranda á medida que el hombre se eleva, igualmente la santidad se dilata, por decirlo así, y se extiende al paso que el hombre se santifica. Nadie mejor que los verdaderos sabios está penetrado que solo Dios es el Señor de las ciencias, y nadie mejor que los verdaderos santos está persuadi- do que Dios solamente es santo, y fuente de toda santidad. Este es el verdadero carácter de la virtud: humillarse en la misma propor- ción que se eleva y engrandece. Aquella noche memorable fué para el beato Diego el principio de una era de más fervor y recogimiento. El propósito de ser otro Jesucristo, por imitación, no fué una resolución vana y esteril. Des- de luego agravó sus austeridades, y se dedicó con mayor ahinco á adquirir ese espíritu de humildad, mansedumbre, paciencia, resig- nación, obediencia y demás virtudes cristianas, especialmente de la caridad, madre, centro y término de toda virtud sólida y verdadera. Y para que la hermosa y auténtica imagen de Jesucristo, que lle- vaba en el fondo de su corazón por los sentimientos de que estaba animado, brillara igualmente en el exterior, resolvió gravar sobre su corazón la imagen de Jesucristo crucificado con un hierro can- dente, resolución que no realizó porque su Director espiritual se Opuso, La Divina Providencia que conducía como por la mano al beato

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