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12— Un sacerdote digno de este nombre no puede menos de expe- rimentar una santa indignación contra el error y el vicio, esos grandes y poderosos enemigos del hombre y del Reino de Dios so- bre la tierra, Reino que el sacerdote debe defender con la espada de la palabra y del buen ejemplo, únicas armas que esgrimió Je- sucristo, y que nos han recomendado los Apóstoles y los santos Padres y Doctores, únicas eficaces para mantener y consolidar el imperio de la verdad y de la virtud. El beato Diego, que tan vi- vamente sentía el fuego del amor divino, abundaba en estas ideas y sentimientos: la muerte del error, la extirpación del vicio, la sal- vación eterna de las almas, eran todo su deseo, todo su anhelo. No tardará el Señor en enviarlo al cultivo de su viña, y luego vere- mos al beato Diego conmover toda la España con los acentos de su divina elocuencia. CAPITULO IV. El beato Diego en el convento de Ubrique. Terminado el curso regular que se acostumbra en la Orden, fué examinado de filosofía, teología y moral, y se mostró tan aprovechado en estas materias, que de común consentimiento de los examinadores se le destinó á la enseñanza. Un lector sabio y santo es ciertamente un gran tesoro: todo el porvenir, todas las esperanzas de las Ordenes religiosas descansan en el profesorado, porque los lectores son los encargados de formar los futuros pre- dicadores y superiores de la Orden, no sólo bajo el punto de vista científico y literario, sino también moral y religioso. La elección, pues, no podía ser más acertada, pero Dios tenía otros designios, El beato Diego renunció con tanta insistencia, que al fin los Superiores se decidieron á condescender á sus ruegos. En su virtud fué asignado de familia al Convento de Ubrique donde, según se ha visto, tuvo lugar su vocación religiosa. Fiel al gran principio tan inculcado por los santos Padres, y en especial por el gran doctor de las Españas y de la Iglesia, S. Isidoro de Se- villa, de que el sacerdote está obligado por el derecho divino á tra- bajar según sus fuerzas para ser un santo y un sabio, porque de otra Manera no puede honrar como es debido la dignidad sacerdotal, y

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