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— 1]— el Subdiaconado, y Diaconado en la misma ciudad de Cádiz, y en la de Carmona fué elevado al Sacerdocio el día 13 de Junio del año 1767, Hecho ya ministro del Altísimo y profundamente pe- netrado de la santidad que requiere tan sublime y honorífico mi- nisterio, se dió completamente á la oración mental; á la más rigu- rosa mortificación de los sentidos, á los ejercicios de la más austera penitencia, á las prácticas de la más sincera y sólida piedad. Un pecado venial, una imperfección, le parecia un mónstruo. No era escrupuloso porque Dios le libró de esa eruz, como dice el mismo Beato; pero era severo consigo propio, no se perdonaba nada. Pro- fundamente pío y timorato, se consagró al estudio de las ciencias eclesiásticas con todo el fervor de su corazón, y procuró conducir de frente la santidad y la ciencia. Lejos de separar estas dos her- manas, las amó tiernamente como hijas de Dios, y honrólas como hace la santa Iglesia y los Padres y Doctores que la han ilustrado. Así obran los verdaderos santos, y el mundo sería grande y feliz si todos los que se dedican al estudio de las ciencias cultivaran con tanto esmero la virtud como la ciencia. ” Tú Fr. Diego eres sacerdote?” se preguntaba á sí mismo. Pues si tú eres sacerdote debes ser la luz del mundo y la sal de la tier- ra: la sal de la tierra por la santidad de tu vida, y la luz del mun- do por la verdad de tu ciencia. Conforme á este principio que tanto inculcaba $. Isidro de Sevilla, escribió de su propia mano un plan de vida encaminado á realizar en sí propio el ideal del sacerdocio, plan del que jamás se desvió, y en efecto llegó á ser un sacerdote modelo, un sabio y santo ministro del Señor, poderoso en obras y en palabras. Por aquel tiempo principiaron á introducirse en España las impías y subyersivas teorías de los libre pensadores franceses, que tanto han perturbado la Francia y Otras naciones. El horror y pro- funda aversión con que el beato Diego miraba tan perversas y cor- ruptoras doctrinas, causa inmediata de la revolución moderna, nos lo declara él mismo con estas palabras: ”Qué deseos concebí entonces de ser muy docto para oponerme á esas fatales nuevas doctrinas! ¡Qué deseos, Padre de mi alma, de hacer frente á cara descubierta 4 los libertinos! ¡Qué inclinación á predicará las gentes cultas é instruídas! ¡Qué ardor por derramar mi sangre en defensa de lo que hasta ahora hemos creído!”
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