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— 10 — do, y esta es una de las causas que han mantenido siempre vivo el deseo general en toda España de verlo colocado en los altares, y poderlo venerar públicamente según las leyes de la Iglesia. La Santa Sede conociendo lo justo y legítimo de esos deseos, después del más prolijo y severo examen, en el año de 1880 promulgó el Decreto declarando heróicas las virtudes del V. P. Fr. Diego José de Cádiz, y después de otro examen no menos severo y prolijo so- bre sus milagros, á 22 de Abril del año presente 1894, la misma Sede Apostólica ha procedido solemnemente á su beatificación con asistencia del actual Sr. Obispo de esta Diócesis el Excmo. é Uustri. simo D. Vicente Calvo y Valero, que llevado de su amor y entusias- mo por el Y. Diego, ha sido uno de los Obispos de España que más se han interesado por su beatificación. Asistían igualmente otros muchos Obispos españoles que al frente de algunos miles de com- patriotas nuestros fueron á Roma para venerar al Vicario de Jesu cristo en la persona del Sumo Pontífice con motivo de su jubileo episcopal. ¡Ya se han cumplido los deseos de nuestros mayores, ya han sido coronados con feliz éxito los trabajos del inolvidable P. Felix dignísimo Obispo de esta Diócesis, del Rmo. P. José del Llerena, de la virtuosísima Sma. Sra. D.* Luisa Fernanda, Infanta de España y Duquesa de Montpensier, cuya piedad y generosidad admiran cuantos la conocen, ya se han colmado en fin los deseos de toda la Nación y de la Orden á quienes tanto ilustró el beato Diego con sus eminentes virtudes y apostólicos trabajos! Alégrese España y bendiga la divina Providencia, porque aun en los días en que le hace sentir el rigor de su justicia, no se olvi: da de sus eternas misericordias para con nosotros. En el ocaso del siglo décimo nono reaparece sobre el horizonte el beato Diego co- mo una hermosa y brillante estrella después de una noche tempes- tuosa, como el íris al fin de una tormenta. ¿Será la beatificación del beato Diego la “aurora de tiempos más felices y tranquilos? No dudemos de la bondad divina. Así como el nacimiento del Siervo de Dios fué un feliz presagio de la gracia divina, y el primero, por decirlo así, de los grandes é innumerables beneficios espiritua- les y temporales que por su ministerio hizo á toda España, á los pueblos y á los particulares, igualmente la beatificación del mismo es la primera de las grandes bendiciones de amor y misericordia que nos tiene preparadas. A

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