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— 129 — do la dicha de asistir á la beatificación de su augusto Bienhechor. Pero la divina Providencia se reservaba otros milagros mucho más grandes y extraordinarios para glorificar á su fidelísimo Servi- dor, y hacernos conocer la gloria con que ha premiado sus virtudes en lo alto de los cielos. El día 21 de Octubre del año 1867 fué por primera vez exhu- mado su cadáver: todas sus carnes estaban consumidas, menos la laringe que se conservaba integra é incorrupta apesar de ser la parte que se corrompe más facilmente, no había más que los huesos com- pletamente áridos, y fueron lavados con agua natural sin mezcla alguna. ¡Oh prodigio verdaderamente asombroso! De esos huesos descarnados y secos principiaron á caer gotas de sangre, que se su- cedían unas á otras como si se hubiese cortado la carne viva: la sangre era roja y flúida, los pañuelos aplicados al esqueleto que- daban manchados de sangre, una sábana muy limpia y blanca que se puso debajo del mismo, quedó también manchada de sangre en diferentes sitios; esas gotas de sangre manaban de los huesos así antes como después de layarlos. En la segunda exhumación se re- pitió el milagro, y las manchas de sangre reaparecían en los lienzos aun después de layados. Examinada esa sangre por los peritos, y sometida á todas las pruebas que la ciencia humana tiene á su disposición para averi- guar la verdad de los hechos, han declarado que la sangre en cues- tión es sangre humana, verdadera, natural. ¿Quién no reconocerá que aquí está el dedo de Dios? ¿quién sino él puede hacer que brote sangre natural, verdadera, humana, de huesos descarnados, áridos, secos, enterrados en las entrañas de la tierra hacía ya sesenta años? Sólo Dios: sí, sólo el Señor todopoderoso que creó el mundo sin ma- teria preexistente, y que llama por su propio nombre así las cosas que existen como las que todavía no han recibido el ser, puede obrar un prodigio tan grande, único tal vez en su género hasta el día de hoy, para hacernos conocer la gloria de que el beato Diego goza en los cielos por toda la eternidad. Y ¡cosa admirable! ¡para que no tengamos la menor duda renovó el mismo milagro en presen- cia del actual Sumo Pontífice y del Sacro Colegio! Innumerables son las gracias particulares que la piedad de los fieles cree haber recibido de la divina misericordia por las oracio- nes de su fiel Servidor después que dejó de pertenecer á este mun- 17 e. o RO
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