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e los altares cobijados bajo la cúpula de los templos del Dios de paz y de amor. España quiere servirse de él para elevar sus oraciones hasta el trono del Altísimo, porque está firmemente persuadida que así como lo tuyo por apóstol en la tierra, lo tiene también por protector en el cielo. La divina Providencia cuidó de justificar la opinión de toda España tocante á la santidad del beato Diego obrando una multi- tud de prodigios que lo glorificaban, y recomendaban al amor yá la veneración de los pueblos: he aquí lo que se lee en el Proceso de beatificación N.* 22, donde se trata de sus milagros después de su muerte: Una madre cuya vida estaba en inminente peligro, lo mismo que la de su hijo, por las grandes y prolijas dificultades del parto, dificultades insuperables á juicio de las obstetricias, se vió repenti- namente libre de todo peligro y dolor, por la simple aplicación á su cuerpo de una carta del beato Diego. Un religioso curó de una hernia incurable y del mal de gota, invocando al mismo Venerable, y una mujer sorda recobró el oído aplicando al órgano de este sentido una imagen del Siervo de Dios; otra persona se vió libre de la fiebre y agudísimos dolores que padecía, recomendándose á las oraciones del mismo P. Fray Diego José de Cádiz, y orando á su sepulero otra mujer consiguió la repentina curación de su marido enfermo. Pedro Martínez, que vivía en Ronda, habiendo logrado tocar la túnica que cubría el cadáver del Beato, curó de un cáncer que tenía en la cara, y otros varios sugetos recibieron iguales ó pare- cidos beneficios invocándole, Ó aplicándose objetos que habían per- tenecido al Siervo de Dios. Pero uno de los milagros más ruidosos fué el obrado con Sor Adelaida Quiróz y Herrera, Hermana de la Caridad. Padecía de una tisis tan grave que en lo humano no había ninguna esperanza de vida; se agotaron todos los recursos de la ciencia, y la enfer- medad en vez de conjurarse había llegado al término de su fuerza y desarrollo. Aconsejaban á la paciente que invocase al beato Die- go, y se resistió tenazmente; mas al fin viéndose presa de la muer- te so decidió á implorar el auxilio de sus oraciones. ¡Cosa admira- ble! Apenas recurrió á la protección del Sieryo de Dios curó ins- tantáneamente de una manera tan radical y perfecta que ha teni-

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