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O patria; y no tanto acobardaron el espíritu de cuantos emigraron y desearon emigrar de aquél afligido puerto, cuanto excitaron en el corazón de Fr. Diego el deseo de ir á él para entregarse la asis- tencia espiritual y temporal de sus paisanos.” “Con qué viveza repetía en su interior con el afecto de compa- sión con que hablaba S. Pablo: ¿Quién enferma, y yo no enfermo con él? Meditando pues, en la necesidad urgentísima de sus her- manos, y viendo que los de su religión sin diferencia de carácter, edad ó empleo, estaban dedicados á los hospitales en Sevilla y demás pueblos infestados, donde mártires de la saridad murieron más de ochenta, le parecía que no acudiendo pronto á imitarlos, y socorrerlos en la parte que le fuese posible, era fractor de toda ley: la caridad le ejecuta, la obediencia que le ha obligado á aquél trabajo le estrecha, y en este conflicto recurre á la misma obedien- cia que era la única que podía resolver sin peligro de errar. Escri- bió al Rydo, P. Provincial, manifestando los vivísimos deseos que tenía de ir á asistir 4 los contagiados de Cádiz ó Sevilla, alegán- dole poderosísimas razones para quese moviese á concederle su bendición y licencia: ya le parecía cuando firmaba la carta que re- cibía la del Superior, que veía en ella la obediencia porque anhe- laba, y que iba caminando alegre á cumplirla.» “A nadie comunicó este su pensamiento, y computando los días que tardaría la respuesta disponía sus asuntos con gran cautela, pa- ra que recibir la licencia y caminar á Cádiz todo fuese uno. Tal era su caritativo proyecto, pero los consejos de Dios eran otros, y así como impidió el que pasando á las misiones de América pudiese ser mártir de la fe, del mismo modo estorbó que yendo á Cádiz ú á otro pueblo apestado pudiese serlo de la caridad. Por más que el P. sigile sus ideas 4 los rondeños, estos que conocían mejor que muchos su espíritu de fraternal caridad: que siguiendo el contagio en los puertos, sospecharon se fuese 4 ellos nuestro Venerable, y tratando de impedirlo, si lo intentaba, resolvieron de escribir con tiempo á su Superior, suplicándole que por ningún motivo permi- tiese que Fr. Diego los desamparase en a juella ocasión, alegando, entre otras razones que les dictó su afecto, que tenían una más que moral certeza, de que el contagio no entraría en Ronda como el P. Cádiz no saliese de ella.” “A un mismo tiempo llegaron ambas encontradas peticiones:

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