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MÍ bios de su tiempo lo reputaron igualmente varón ilustre por su doc- trina, y si bien admiraron más al santo que al sabio porque la yir. tud resplandecía en él mucho más que la ciencia, sin embargo, to- dos sus contemporáneos formaron de él un concepto muy ventajo- so, aun bajo el punto de vista literario y científico, y con razón, pues sus obras completas no bajarían de unos diez y seis tomos en cuarto, obras muy voluminosas si se tiene en cuenta que murióá la edad de 58 años de los cuales pasó veintiocho en contínuas y trabajosas misiones en toda España. Dios quiera que todas sus obras vean la luz pública, y que así se perpetúe la predicación apostólica del beato Diego. CAPITULO XVII. Muerte del beato Diego. Vamos á contemplar al beato Diego en los últimos tiempos de su vida; vamos á asistir 4 la muerte de un justo que pasó por to- da España haciendo bien con su palabra y con su ejemplo, y cu- ya memoria será para siempre grata y bendecida de todos los es- pañoles, Cedámos la pluma al P. Luís Antonio de Sevilla, quien nos referirá los sucesos de que se valió la divina Providencia para que nuestro ilustre Beato muriese en Ronda y fuese sepultado en la capilla de Ntra. Sra. de la Paz, como tanto deseaba, sin duda por especial inspiración de Dios: hé aquí sus palabras: “Visitó el Señor en la vara de su justicia á nuestra Andalucía en el año 1800, con el terrible y duro azote del contagio que como predigeron los Profetas en otros tiempos, el P. Fr. Diego había anunciado en estos: en Málaga, en Sevilla, en Cádiz. Sobre esta ciudad descargó $us primeros golpes, y de aquí comunicándose á la de Sevilla, y discurriendo de uno á otro pueblo, en poco tiempo aquella hermosa y bien poblada parte de la Bética, se halló su- mergida en un torrente de males que de suyo lleva la peste á don- de quiera. Estaba el P. en Ronda, trabajando la ya indicada Apo- logía, asunto cuya conclusión le interesaba de »masiado. Llegáron- le las noticias de los desastres que el cruel contagio hacía en su