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A "No sabré explicar á V. los efectos que causó en mi interior, porque ni el gozo me las dejaba conocer, ni yo entendía de tales cosas. Acabada la misa, que no sé si atendí á ella, nos retiramos á casa, alegre sí, pero sin otra novedad; más poco después se encendió: en mi corazón un amor tan extremado y vehemente á la Religión, que me traía fuera de mí, lleno de una indecible suavidad de espí- ritu que me hacía ansiar por vivir en ella para observar sus, leyes, y ser un Santo muy grande; y puedo decir que ojalá tuviera ahora el fervor, la fidelidad á Dios y el conjunto de virtudes que entonces me daban aun sin saber yo lo que aquello era. ”Con esto procuraba, cuando podía inclinar á quien me sacaba á misa, me llevase á los Capuchinos, y así me adelanté á entrar en la Sacristía para ayudarla: pedí la vida de algún santo de la Orden y me dieron la de nuestros santos Fidel Sinmaringen y José de Leonisa, ambos misioneros; y luego la del Y. P. Fr. José de Cara- bantes, llamado el apóstol de Galicia: encendióse con esto un fue- go en mi corazón, que aun no teniendo yo más de trece años, me desacía por el retiro, el trato con Dios, la mortificación. Llevado de estos deseos, sin consultarlo con otro, me até algo fuerte unos cor- deles en la cintura y muslos que impidiéndome el andar, respirar... hube de quitar uno, y aflojar algo los otros, más no tanto que no me hiciesen algunos notables cardenales, porque de noche y de día los tuve mucho; el de la cintura hasta que el ganado que crio me obligó á dejarlo, y el del muslo hasta poco antes de tomar el hábito. ” Había en dicho convento un sacerdote ejemplarísimo (Fr. Bue- naventura de Ubrique, que murió en opinión de santo) con el que me confesé, y con su dictamen lo hacía todos los domingos, con grande consuelo y utilidad mía, pues la menor imperfección me pa- recía una montaña, sin declinar jamás en escrúpulos; antes me reía de ellos, y así oía á este Religioso que tenía don especial de hablar de Dios, que me encendía en su divino amor, y en unas ánsias inse- parables de ser Santo. Para ello, sin entender estas cosas, ni acon- sejármelo alguno, formé un librito de propósitos de aquellos ejerci- cios, y virtudes mas altas que á mí se me proponían, ó leía en los Santos. Todo mi afán era ser Capuchino para ser misionero y santo; y así me entrenía para divertir mis anhelos, en cortar ó formar de papel Capuchinos con la cruz en la mano, en acción de predicar, ó pintarlos con saliva en las puertas ó mesas.

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