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— 111 — ”El efecto fué á satisfacción de los denunciadores, porque in- mediatamente se comunicó orden al Regente de la Audiencia de Sevilla para que intimase al P. Cádiz suspendiese el ejercicio de su predicación; y al Rdo. P. Provincial otra en que se le manda- ba se le destinase á Convento distante de aquella Ciudad, donde permanecería hasta nueva disposición.” Todo se ejecutó con prontitud, y el P. Cádiz fué desterrado á la Conventualidad de Cazares.” En todas esas contrariedades el beato Diego dió pruebas de la más grande y admirable paciencia, se mantuvo siempre á la altura de su misión, y se acreditó digno del amor y de la veneración que le tenía la generalidad del pueblo. En Cazares, pasado algún tiempo y obtenida la debida licencia redactó un Memorial para S. M. C., en el cual defiende su doctri- nf y su inocencia, y unido al sermón delatado lo remitió al Rey por conducto del Ilmo. P. Confesor del Monarca. Lo mismo hicie- ron el Sr. Arzobispo y Cabildo Catedral de Sevilla. Mejor infor- nado el Rey dió orden para que el P. Cádiz fuese puesto en liber- tad y continuase sus misiones. Pero los numerosos adversarios del ilustre Misionero no desis- tieron nunca de su oposición, y en Ronda mismo se vió obligado á escribir su Apología en defensa de su doctrina, de sus prácticas y de su conducta, contestando á las acusaciones de que era objeto. Su amor á Ronda donde no había convento de la Orden, fué espe- cial objeto de acerbas censuras de parte de propios y extraños, porque lo interpretaban por aversión al claustro y deseo de morir tuera de él y lejos de sus hermanos religiosos, opinión que ha en- contrado eco y partidarios hasta en estos últimos años, pues no talta quien votó en contra de la heroicidad de sus virtudes fun- dándose en el deseo que durante toda su vida apostólica manifestó de querer morir en Ronda. La Apología contestando á sus adversarios, no la pudo concluir por habérselo impedido la muerte; pero así en lo que llevaba es- erito como en el Memorial indicado más arriba, en sus cartas y sermones siempre se mostró humilde, paciente y lleno de amor para con sus adversarios. Desde el destierro de Cazares escribía así al P. Eusebio de Sevilla: “Me dice Y. P. que tiene deseo de saber cómo me va en

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