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00: ses gustos, desalientos y demás aflicciones del espíritu que Dios por- mitió padeciera; nada diremos de la paciencia con que sobrellevó los ataques del espíritu maligno que varias veces se le apareció en formas horribles, y quiso matarlo: las vidas de los Santos están llenas de estos ejemplos, y el mismo Jesucristo fué también tenta- do por el espíritu maligno. En todas estas ocasiones la paciencia del beato Diego no sufrió el menor eclipse. No nos detenemos más en este punto para podernos extender con mayor difusión en las contrariedades que tuvo que sufrir de parte de los hombres, por- que son hechos más públicos, y tienen mayor importancia para la mayoría de los lectores. Ya se ha dicho,y es preciso repetirlo, la masa de la nación admi- raba, amaba, veneraba, aplaudía al beato Diego como á un varón ex- traordinario enviado por Dios para confundir el error y la impiedad; pero el ilustre Misionero no dejaba de tener contra sí numerosos y hasta poderosos adversarios, así entre propios como entre extraños. ”Su santa libertad en hablar la verdad,—dice su compañero y biógrafo el P. Fr. Luís Antonio de Sevilla,—su fervoroso y apostó- lico celo en sostenerla, su vehemencia en combatir los pecados y vicios, le concitaron el odio y la oposición de muchos plebeyos y no plebeyos; sabios y no sabios, simples y condecorados sugetos, y que cada uno á su modo procurase manifestar cuánto le amargaban sus reprensiones y doctrinas. Queda apuntado algo del mal trata- miento que experimentó en varios pueblos y aldeas de Galicia, y solo añadiremos aquí que el exceso de aquellos plebeyos é ignoran- tes llegó hasta llamarle diablo, engañador, Judas. Se ha anotado también parte del modo con que sugetos de otro carácter, le mote- jaron tanto en su conducta cuanto en su sabiduría, y solo añadire- mos de paso que la envidia de sus émulos subió hasta intentar des- acreditarle en los Superiores tribunales de la nación, y con su Ge- fe Supremo. Las lenguas, las plumas, y no faltaremos á la verdad si añadimos que hasta las prensas tomaron á su cargo deprimirlo y hacerlo odioso”... ”Se afilan las plumas de otros contra su honor en asuntos se- rios, como por ejemplo, en su sentir sobre ciertas órdenes comuni- cadas á los Obispos y Prelados regulares por el Ministro de Esta- do de $. M. C. Se le pide por él mismo razón de ello”... ”Cierto Prelado regular le recogió las licencias que por escrito

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