BFCMEP00090-C-IGUp01d00000000

— 107 — ciencia con que las soportó, sigamos sus huellas. La paciencia nos es absolutamente necesaria para vivir en paz y santificarnos. “Ella, dice $. Cipriano, modera la ira, refrena la lengua, dirige el entendi- miento, guarda la paz, rige la disciplina, reprime los ímpetus de la liviandad, ablanda las violencias del orgullo, suaviza el poder de los ricos, alienta la indigencia de los pobres, ampara la integridad de las vírgenes, proteje la trabajosa castidad de las viudas, defiende la ca- ridad entre los casados y parientes: nos mantiene humildes en las prosperidades, firmes en las adversidades, blandos ante las injurias y afrentas: nos inclina á perdonar á los que nos ofenden, y nos ense- ña á orar, nos da fuerza para vencer las tentaciones y para sobre- llevar las persecuciones; da á nuestros sufrimientos y al mismo mar- tirio un término feliz: la paciencia, en fin, robustece los fundamen- tos sobre que descansa nuestra fe, y nos hace recomendables á los hombres y á Dios.:* La virtud de la paciencia nos mantiene en la tranquila y pací- fica posesión de nosotros mismos, y constituye el acto heróico de la fortaleza. Muchas son las adversidades á que el hombre está sujeto, y varias son las causas de que pueden proceder. Así el alma como el cuerpo tienen sus propios padecimientos, y pueden provenir de cau- sas necesarias y de causas libres. Grandes fueron las adversidades que tuvo que sobrellevar el beato Diego así en su cuerpo como en su alma: vamos á exponerlas brevemente, pero sin omitir nada esencial, Durante trece años padeció una presión de entrañas muy ve- hemente, y varias veces lo puso en peligro de muerte. Padeció ade- más tres enfermedades muy dolorosas y graves que hicieron temer por su vida. La primera fué en Sevilla en una de las ocasiones que estuvo en dicha ciudad para predicar y dirigir los ejercicios espiri- tuales para las señoras en el hospitalito llamado Pozo Santo; la se- gunda en Ronda á consecuencia del excesivo trabajo que tuvo en la cuaresma del año 1799; la tercera y última, que fué también la más prolongada, dolorosa y aflictiva, y tuyo que prestarse á operaciones quirúrgicas que le hicieron sufrir de una manera extraordinaria co- mo lo indicaban las indeliberadas y fuertes convulsiones que expe- rimentaba en todo su cuerpo, la inmutación que se observaba en su rostro, y el abundante y frío sudor que lo bañaba. Nadie le oyó que- Jarse, ni dar ningún grito. ¿Y cuál era la disposición de su ánimo?

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz