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— 103 — ¿Puede atribuirse á hipocresía? quería el orgullo hablar como la humildad y presentarse con el traje de tan hermosa y simpática virtud? No hay duda'que la soberbia procura muchas veces su pro- pia gloria humillándose hipócritamente, y atraerse con las aparien- cias de la humildad los honores y el aprecio que no se deben sino á la humildad verdadera, pero es moralmente imposible que el or- gullo tenga el talento, el arte y la habilidad de hablar por mucho tiempo, siempre y en todas partes, como habla la verdadera humil- dad: la hipocresía no puede obrar tamaño prodigio, pues por una ley fundada en la misma naturaleza de las cosas, ó si se quiere, en la eterna Sabiduría, lo que es violento no puede ser de larga duración, y es violento todo lo que se opone á la naturaleza de los seres. ¿Y qué cosa más violenta para la soberbia, qué cosa más opuesta á su natu- raleza que el hablar siempre, en todas partes, y por espacio de mu- chos años, como lo hace la humildad verdadera? La boca habla de la abundancia del corazón, ha dicho la Verdad eterna, y el lengua- Je humilde que hemos admirado en el beato Diego nos revela la hu- mildad de su corazón. Pero hay otro criterio más seguro para apreciar los verdaderos sentimientos del inmortal Misionero: el de las obras: á él apela- ba constantemente Jesucristo para convencer á sus adversarios y justificarse plenamente. Si no quereis dar crédito á mis palabras, dadlo á mis obras! operibus credite. Y poniéndonos en guarda con- tra la hipocresía de los falsos profetas que se presentan con el traje de ovejas, y en el fondo de su corazón no son sino lobos rapaces, decía: Por los frutos, es decir, por las obras, conocereis cuáles son los verdaderos y cuáles los falsos profetas. Veamos, pues, de qué manera se condujo en medio de los ho- hores y aplausos que le seguían en todas partes como el más glo- ri0so y brillante cortejo. Muchos, grandes y ejemplarísimos misioneros hubo en España durante los siglos décimo sexto, décimo séptimo y décimo octavo, pero á excepción del insigne V. P. Fr. Luís de Granada, quizá nin- guno había dispertado un entusiasmo: tan universal y permanente. Los Posadas, Ulloas y Elches de la Orden de N. P. Sto. Domingo; los Santiagos, Garcías y Calatayudes de la Compañía de Jesús; los Carabantes, Oviedos, Felicianos, Isidoros, Cárdenas y Alcabones de Menores Capuchinos, fueron ciertamente muy apreciados y ce-

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