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— 102 — haría en lágrimas de veadadera compunción? ¿quién no buscaría sin sosiego su remedio? ¿quién no se abrasaría en amor del que se lo ofrece con infinita misericordia? sólo yo, sólo yo.” Son unas quinientas las cartas con que el beato Diego dice de sí cosas tan humillantes, según el testimonio del P. Luís Antonio de Sevilla, que afirma haberlas leído. En las conversaciones familiares usaba igualmente el mismo lenguaje. Conversando en una ocasión con el Ilmo. Sr. Obispo de Guadix, se expresó de esta manera: ”El gravísimo peso de mis pecados es el que impide que tantas criaturas como vienen á oirme de ocho, diez y más leguas, llenas de fe, no vayan remediadas en todas sus necesidades de alma y cuer- po: ¡cómo temo, Señor, que clamarán contra mí en el día del jui- cio!” En otra que le presentaron en Sevilla un retrato suyo, impro- visó esta décima: Retrato, quien te pintó No supo lo que se hizo, Pues te pintó como quiso, Y al fin malo te sacó: Dicen que eres otro yo. Más no concibo en qué grado, Si en lo natural errado Si en lo moral es error, Tan solo en lo pecador Te viene como pintado. Constantemente se expresaba de una manera desventajosa en orden á su persona para que todos formáran de él el más bajo con- cepto. Inútil es multiplicar los ejemplos: los que hemos reproducido, tomados de las conversaciones familiares, de su correspondencia privada y de sus discursos al público, bastan para acreditar que el beato Diego hablaba siempre de sí mismo de la manera más desven- tajosa, pues todos sus biógrafos contemporáneos y compañeros su- yos afirman unánimemente que tan humilde lenguaje en orden á E . e . sí propio no era un modo de hablar excepcional, sino el usual, or- dinario y constante.

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