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— 101 — "Cuando tomaba el Crucifijo para excitar el auditorio á con- trición, á vista de aquel divino ejemplar de penitencia, era tal la suya que no se sabe donde iba á buscar términos y expresiones tan significativas del bajísimo concepto que de sí tenía. Predican- do en Jaén profirió estas entre otras.: ¿Cómo me sufrís, Jesús mío, si sabeis que soy la fiera pésima que creyó Jacob haber devo- rado á su amado José? ¿cómo permitis, Señor, venir á mis manos? huid de ellas que soy un mónstruo horrendo de iniquidad.” Y vuel- to al auditorio decía: "No lo dudeis: soy un vilísimo pecador, dig- no de mil infiernos; el que hay, no basta para castigar mis pecados; éstos me hacen un aborto de los abismos: pedid á este Señor por mí, hermanos míos, que yo le rogaré no os castigue por mi.” En Cádiz dijo de sí en el púlpito: "¿No acabais de conocer que soy el mayor de los pecadores, y que mis culpas han oscurecido mi enten- dimiento de tal manera, que á ningún pecador le han convenido como á mí estas palabras de la santa Escritura: Hase comparado con las bestias Yy st ha hecho se mejante á ellas?” No sé cómo me sos- tiene Dios sobre la tierra: no pondero, hijos míos, creedlo, soy un gran pecador.” Así se expresaba en orden á sí mismo en todas las grandes ciudades de España ante auditorios numerosísimos, pues ya queda dicho que á veces se componían de treinta y hasta de cincuenta mil personas, con la particularidad de que lo mismo le oían los que estaban lejos que los que estaban cerca, cosa que con Justa razón se atribuía á un milagro. En las cartas particulares empleaba invariablemente el mismo lenguaje: ”Dígame Padre—cescribía á uno de sus Directores espirituales, —dígame qué haré para fijarme en el camino que me lleve á en- contrar mi verdadera conversión. Mi yida es la más estragada, mis obras las más inútiles, mi interior el más disipado, todo yo soy un abismo de maldad. V. P. lo sabe muy á fondo, pídale por mí mu- cho al Señor, porque me temo perecer en mi miseria.” “Qué he de decir de mí?—escribe en otra.— Diré, Padre, lo que dirían con razón las gentes si conocieran mi interior, y lo que soy delante de Dios; esto es, que soy el más vil, el más ingrato, el más perverso y pésimo de los hombres por mi dureza, por mi ceguedad, y por mi terca y porfiada resistencia é ingratitud á sus beneficios. ¿Quién al conocerse tal, sin equivocación, como yo me conozco, no se des- A ARE

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