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E Y Sn ciéndose pasible y mortal á imagen y á semejanza del hombre pe- cador: formam servi accipiens, y sólo el pecado es causa de la es- clavitud del hombre, porque el yencedor se hace dueño del venci- do; el que peca se hace esclavo del pecado. Esa humillación tan grande del Hijo de Dios no fué forzada, sino voluntaria; no le fué impuesta, sino elegida por él mismo por un sentimiento de amor y de misericordia. El hombre fué derribado de la cumbre de su dig- nidad, por la soberbia, que ha sido el origen de todo pecado, y el Hijo de Dios para curar las llagas de nuestro corazón, descendió de lo alto de su gloria eterna, tomó todas las apariencias del peca- dor, y todos nuestros males. Vino lleno de gracia y de verdad, pe- ro revestido de nuestra carne para inspirarnos mayor confianza, enseñarnos á detestar la soberbia, y á estimar la humildad. La so- berbia y la humildad son los dos polos opuestos, aquella es el ori- gen de nuestros males, ésta es el origen de todos nuestros bienes. Las santas Escrituras no se cansan de inspirarnos el odio más viyo y profundo á la soberbia, y de inspirarnos el amor más gran- de y sincero á la humildad: ésta nos salva, aquella nos pierde. De consiguiente, nuestro beato Diego no habría sido verdaderamente santo si toda su conducta y las virtudes que hemos admirado en él no hubieran sido informadas por el espíritu de verdadera humildad. Debemos, pues, examinar si verdaderamente poseía esta virtud fundamental que no sin razón, antes bien con muchísima exacti- tud, la comparan los Santos á los cimientos de un edificio: antes de levantarlo se profundiza en la tierra hasta encontrar terreno sólido sobre que asentar los cimientos que lo han de sostener: cuan- to es mayor la altura y la solidez que se le quiere dar, tanto es más firme el terreno y los fundamentos sobre que se ha de apoyar. El alma, debiéndose elevar hasta Dios mismo, no puede sostenerse en pie sino descansando en la humildad, porque la humildad es la verdad. De dos maneras podemos conocer si el beato Diego era humil- de: por sus palabras y por sus obras. Principiemos por las palabras. ¿Qué es lo que públicamente decía de sí mismo el beato Diego? Los compañeros de sus apostó- licos trabajos recogieron algunas, y nos las han trasmitido para nuestra edificación. El P. Fr. Luís Antonio de Sevilla dice así en la Vida de su héroe: dnd,

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