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Era AE discursos, lo que sí se le oyeron todos en público y en secreto, fué hablar con tal vehemencia, celo y facundía contra esa nube pestilente de obras poéticas corrupturas de la castidad y del pudor que nos apestan, que todos conocían sin duda ni equivoca- ción, que la castidad que tanto amaba quería que fuese la especial virtud de los cristianos.” “Cuando en desempeño de su ministerio se veía obligado á pre- dicar contra el vicio á ella opuesto, parecía un hombre totalmente distinto del que era en el púlpito. Desde luego se le notabainmuta- ción en el semblante, y como detención en sus palabras, y si pocos combatirían tan abominable vicio con la energía y celo que el Pa- dre, ninguno lo haría con el recato, honestidad, miramiento, de- cencia y pureza de voces y expresiones que él, logrando que si todos (al menos por aquel tiempo) aborreciesen la impureza, nin- guno diría haber sacado del sermón más noticia de ella que la que antes tenía. Tgual era su porte en el confesonario, y sí, tanto cuanto lo escusaba frecuentar para las mujeres, se dedicaba al de Religiosas, entre otras razones que alegaba en abono de esta diferencia, una de las eficaces y poderosas era la diversidad que hallaba su espíritu de unas á otras penitentes.” “Su amor á la pureza y el deseo que le animaba de que todas amasen tan preciosa deleitable virtud, le llevaba á inclinar (pero como debe hacerse) abrazasen el estado Religioso á las que halla- ba aficionadas á él... Entro las muchas que siguieron su dicta- men, para preterirlo' al otro estado, fueron tres sobrinas suyas, á saber: D.* María de las Nieves Caamaño, hija de su hermano Don Joaquín, que profesó en Sevilla en el año de 1781, en el ejem- plar Convento de Carmelitas titulado de la Sra. Sta. Ana.... Doña Francisca y D.* Ramona Jiménez Caamaño tomaron el hábito y profesaron en el edificante Convento de Religiosas Domínicas de la ciudad de Jerez de la Frontera, aquella en 1792, y ésta en 1797. Dióles el hábito y la profesión, y les predicó su venerable Tío quien manifestó el mayor júbilo de su corazón por ver aumen- tarse el número de almas que abrazaban la castidad. Igual ale- gría manifestaba cuando podía impedir las culpas obscenas como observaron sus compañeros.” Tan grande era el amor que profesaba á tan bella virtud, que todos los días solía meditar durante media hora sobre las glorias 13
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