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Pl 4 SER en el particular rubor que cubría su semblante. Cerraba sus pár- pados, y con singular cautela escondía la mano, al dársela á besar, en el sayal del manto, dejando burlada cuanta diligencia ponían para tener el consuelo de tocarla con sus labios.” Quería el Padre que se le acercasen los parvulitos, miraba en ellos dibujados, ó descifrados los poseedores del Reino eterno, y defendía que no les impidiesen el ir á él. Los recibía con apacibi- lidad, los agasajaba con dulzura, los acariciaba y regalaba cruces, se las hacía en la cabeza y frente; pero se notó que jamás tocó el rostro de ninguna niña. Instándole en Málaga (yo presente) una señora á que viese la rara hermosura de una hija de tres ó cuatro años, que el Pabre había bautizado, se resistió bastante; pero al fin por no disgustarla la tomó en los brazos, la miró un poco, y poniéndole la mano en un carrillo, dijo estas palabras: Comadre, tanta hermosura no está bien en la tierra, en el Cielo se perfeccio- nará y estará segura. La chiquita se criaba robusta, estaba buena, pero al tercero ó cuarto día, su alma voló á la gloria. ¡Cuántas ve- ces contaba la señora este suceso que creyó profetizado por Fray Diego! y añadía con lágrimas: Yo tuve la culpa de perder á mi Josefa por lo imprudente que estuve en hacer que mi compadre la mirase.” “Esta custodia de la vista la observó igualmente respecto de otros objetos en que si la castidad no halla tropiezos la vanidad sobresale. Atento al consejo de David: ”Desvía tus miradas para que no vean la vanidad,” jamás le pudieron reducir en las gran- des Ciudades en que fuese á ver los edificios magnificos, ni curio- sidades de antigiiedad, pinturas ú otros objetos dignos del exámen de los viajeros; cuando más iba á aquellos templos en que se ve- neran imágenes, ó particulares reliquias de los Santos, los visita- ba con edificación, pero sin detenerse á observar su arquitectura, sus adornos ó alhajas. Aunque estuvo en la Corte dos veces, y muchas en el Real Palacio, y con más frecuencia en el de Aranjuez, ninguna razón podía dar de lo que en ellos había. Una mañana al fin, le vencie- ron á que fuese á ver el Gabinete de historia natural, paseó sus salas con algún despacio, y al salir dijo á sus compañeros: Si no hubiese donde conocer mejor que aquí, la Onmnipotencia de Dios Criador, y mis ocupaciones dieran lugar, repetiría mis visitas á este sitio.” e
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