BFCMEP00090-C-IGUp01d00000000
ES Y ISE todas sus operaciones, y según la doctrina filosófica y teológica mejor establecida, nada hay en el entendimiento que primero no haya estado de algún modo en el sentido. El cuerpo pone al alma en comunicación inmediata y directa con el mundo material, y el alma pone al cuerpo en contacto directo é inmediato con el mun- do de los espíritus. Esta comunidad de vida que en el primer de- signio de Dios nunca debió ser interrumpida, será suspendida tem- poralmente, el cuerpo se desorganizará, todas sus moléculas se dis- persarán; pero Dios las recogerá otra vez, las reorganizará, unirá nuevamente el cuerpo y el alma,y esta segunda unión será inmortal. El cuerpo llamado á tan altos destinos, y á vivir por toda la eternidad en el más profundo é íntimo consorcio con el espiritu, tiene una gloria propia, por decirlo así, una santidad que le honra de una manera especial. Tanto como el alma se envilece y degrada abandonándose á los placeres sensibles, otro tanto se ennoblece y eleva el cuerpo absteniéndose de esos mismos placeres. Así como nada hay más vergonzoso para el alma que la impureza, nada hay tampoco más glorioso para el cuerpo que la castidad. La castidad espiritualiza el cuerpo, la impureza materializa el alma. Nuestro beato Diego comprendía 4 fondo estas grandes verda- des y de aquí procedía el profundo, y, por decirlo así, incompara- ble amor que tenía á la castidad. Para conservar esta gloria inmortal del cuerpo humano, guardaba escrupulosamente los cinco sentidos exteriores, y no se servía de ellos sino con mucha discreción y pru- dencia, para que no llegara al alma ninguna impresión funesta que pudiera levantar en su corazón las tempestades y borrascas en las que la castidad suele sufrir tristes naufragios. Oigamos otra vez al amigo y compañero del beato Diego el P. F. Luís Antonio de Sevilla. ”Sus ojos parecía, en especial desde que por su ministerio le precisaba tratar á toda gente, no tener uso sino para leer y escri- bir, y si la Naturaleza se los dió grandes, vivos, perspicaces y her- mosos, él los hermoseaba más con su modestia. Jamás se verificó que los fijase en el rostro de ninguna mujer, y aun en el de los de su sexo, los ponía como de refilón ó escape. Cuando las madres á impulso de su devoción, y concepto en que le tenían, se arrodilla- ban con sus hijuelos para que les dijese Evangelios, la indispensa- ble inmediación á ellas, lo alarmaba en extremo, y esto se conocía
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz