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148 ••••••••• •. Memorias · ......................................................... A los ocho días ya todo estaba organizado de nuevo. Tuvimos la inmensa alegría de que nos visitara el P. Adolfo para dejarnos el Santísimo en la capilla. Ahora, con esta buenísima compañía, las cosas iban a ir de lo mejor y todas nuestras cosas, iban a progresar bien y grandemente. Empezando por nuestra vida cristiana, pues nada más levantarnos, y al toque de nuestra pobre campana, íbamos a la capilla, nueva y bonita, (pues el sacristán suplente, durante todo este tiempo la había cuidado muy bien, aseándola con frecuencia y, como buen cristiano, reuniendo a los que estaban en Ogdebiá y rezando con ellos, por la mañana y por la noche) y hacíamos nuestras oraciones. Una intención fija era pedirle a Dios que pronto los barí contaran con una comunidad de las benditas hermanas de la Caridad de Santa Ana. Los barí ya conocían la bondad de estas cristianas porque en el Tukuko ellas eran unas verdaderas madres, socorriendo gustosamente y con inmenso amor, todas sus necesidades. La verdad es que estas hermanas eran incansables practicando la caridad. Lo que hacían por los barí en el Tukuko, les parecía poco, por eso querían irse a vivir a San José de Ogdebiá para vivir entre los barí y servirles más y mejor. Cuando salíamos del Tukuko, nos prometieron las hermanas que pronto vendrían a visitarnos. Cumplieron su palabra y a los quince días se presentaron las hermanas Ana Moreno e Inés Casado. No venían a pasear, ellas eran misioneras. Venían visitando las familias yukpas que estaban por el camino, interesándose en sus problemas, hablándoles de Jesús. En San José de Ogdebiá hubo fiesta con esta visita que duró varios días. Apenas llegaron se pusieron a trabajar: en la cocina, atendiendo los niños, dando catequesis a los adultos. Se acomodaron en la casa que para ellas se había construido y estaba sin estrenar. Les pareció que estaba muy bien hecha, a pesar de ser de barro, y que la distribución de los espacios era ideal.