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147 Fray Emiliano de Cantalapiedra ¡········ l ( doloroso de nuestro calvario, que el Señor nos había preparado un poco l~ más adelante, en el corral de ordeño y lugar de la tristísima tragedia. Y no precbisamAent 1 e en SemanDa SanBta sdino en v 1 ísperas de Navidad: 21 de [ diciem re. sí o permitió ios ¡ en ito sea. Llegamos al sitio donde fue muerto Pete, que estaba en todo el medio del camino. Nos detuvimos con cariño y gratitud. Rezamos por él y a él le {< i,' fi encomendamos el asunto de la hacienda a favor de sus hermanos yukpas f y barí. También rezamos por el bracero muerto ahí cerca. Aproveché la ocasión para explicarle a los yukpas por qué teníamos que pedir por el bracero muerto, aunque murió cuando nos atacaba para matarnos. Seguimos camino adelante por espacio de una hora y media, más o menos; llegamos a San Antonio de Bachichida. Para llegar al poblado teníamos que pasar el río. Lo aprovechamos para remojarnos los pies y tomar algo de agua fresca, que nos vino muy bien. También sacamos los bocadillos que la hermana cocinera del Tukuko nos había proporcionado al salir. ¡Cuánto se lo agradecimos y pedimos a Dios que la bendijera! Así, refrescados, bebidos (de agua del río), comidos y descansados, seguimos para la capilla de San Antonio. En la capilla hicimos una oración agradeciendo a Dios el que estuviéramos otra vez en tierra motilona. Después dimos una vuelta por todo el alrededor y viendo cómo estaba todo. Antes de marcharnos limpiamos bien la capilla, le quitamos el polvo y la barrimos. Tuvimos que descargar las mulas pues estaban demasiado cansadas. Proseguimos el viaje. A media tarde, llegamos a San José de Ogdebiá. Estábamos alegres. Dábamos gracias a Dios por haber terminado las calamidades y por estar de nuevo en este sitio tan querido de San José. Teníamos que fajarnos de nuevo a trabajar para ponerlo todo al día como estaba antes. Nuestra Misión de Ogdebiá, con la ayuda de Dios, iba a recobrar nuevos bríos y nuevo empuje. Todos estábamos muy animados y optimistas; pero esa tarde, después del largo viaje desde el Tukuko, ocho horas, sólo quedaba comer algo e irse a dormir.
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