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145 Fray Emíliano de Cantalapiedra !....... . •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••·•·••••• Tengo mis trabajos y ocupaciones. Hago visitas y correrías por las viviendas de los yukpas, tanto a los de la Sierra como a los ubicados en el Valle de los Motilones. También iba con los internos a recoger las cosechas de las plantaciones y llevarlas a la cocina, o a traer leña en la carreta del jeep para hacer la comida en las grandes ollas, en la parte exterior de la cocina. Hacía otros trabajos mayores y de transporte que se hacían con el camión. En estos casos el chofer era o Paulina Eua o Cesáreo Barrios. En este tiempo, iba con frecuencia al cementerio. Siempre procuré que estuviera limpio y en orden, pero ahora con mayor razón porque allí estaba enterrado Abel Pete, el que dio la vida por defender los derechos de sus hermanos, el defensor de la Misión. Quería que los misioneros expresaran su agradecimiento a este gran hombre por medio de mi persona. Ponía unas flores sobre su tumba y elevaba al cielo una oración, llena de fe y de amor por su eterno descanso. Visitaba también el conuco de Pete donde él había construido un grandísimo rancho de palma, con sus buenas puertas. Cuando estuve en el Tukuko, normalmente, los jueves iban allá los internos y, también, muchos domingos. Los 90 muchachos disfrutaban mucho porque el río estaba cerca y Pete sembraba muchos árboles frutales para que los internos gozaran. Era un buen descanso recostarse en una hamaca en el gran rancho de Pete por ser muy fresco y limpio. Mis visitas a este sitio me traían, por una parte, muchos gratos recuerdos, pero por otra, la tristeza, pues él ya no estaba allí, ni su esposa Pichishi, ni casi nadie. Era tristísimo ver ahora esto como estaba y cómo era antes. Pero había que aceptar lo que Dios Bendito había permitido. Pete sigue presente en la memoria de los misioneros y de los yukpas que tanto le admiraban y querían.

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