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ar ' F ¿ 1 ' PA 52 Paz interior. una oscura timidez. Dios es todo luz, y el hombre no es otra cosa que tinieblas. No con- siderarse sinó á si, y hallarse sorprendido de no ver sinó la confusion, es preguntar por qué no se vé el resplandor en medio de las finieblas de un profundo abismo. Si quereis miráros vosotros á vosotros mismos (y sia duda es cosa precisa, pero ha de ser con dis- crecion), consideráos en Dios, arrimáos a Dios, y sereis iluminados , rodeados y penetrados de su luz; y no estareis tenebrosos ni confusos, sinó cuando volvais á veros á vosotros mis- mos solos. La Colúmna, que alumbraba á los Israelilas , cegaba á los Egipcios, y la presen- cia Divina causaba la diferencia. XIV. Yo no sé, almas eserupulosas ! Yo no. sé, por qué no. volveis la delicadeza de vuestra conciencia contra los mismos escrú- pulos, que os han sido tan dañosos. Ellos os han hecho muchas veces abandonar la comu- nion , y otras os la han vuelto árida , y casi enteramente infructuosa. Habeis perdido la confianza en vuestros Directores , y no habeis tenido otro recurso, que el de vuestros últi- mos miedos. La confesion es para vosotros una tortura , en que no entrais, sinó temblando: y salis de ella como un reo, que sale del Tri- bunal, donde le han tomadó declaracion con un terrible interrogatorio. Mientras los Otros hacen notables progresos en la virtud, voso- tros malograis un tiempo precioso: haceis ges- los y visages en la oracion, os aformentais so- bre todas vuestras obligaciones, pesais los áto-
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