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324 Paz interior. verdadera seguridad , une agitaciones continuas y frecuentes peligros; porque cuando nuestro amor propio se estiende sobre una infinidad de objetos, somos juguetes de todos los viena tos del siglo. Quitad pues todas las ramas or. gullosas, y gozareis de la inmobilidad en me- dio de los huracanes mas violentos 1. ni. No mirar sinó á Dios solo, es Una vida Angélica: mirar á las criaturas es una vida animal: no mirar sinó á si mismo, es una vida diabólica. Elegid. Veo que la delibe. racion os causa horror: Pero la mezcla de cosas tan opuestas ¿podría no dejárosla hacer? ¿Temeis ser mucho de Dios que quiere ser todo vuestro , si vosotros quereis ser todo suyo? si supiérais cuánto os haria agradable á la Ma= jestad Divina, terrible á los Demonios, edi- ficante al prójimo esta entéra renuncia ¡cuán dichosa sería vuestra vida y tranquila vuestra muerte! ¡Cuánto os escusaríais de purgatorio y enriqueceríais vuestra corona! No querriais disputar por una vagatela entre la coneupis- cencia y la gracia. Porque lo digo y áun siento mo decirlo mas: Es un nada lo que nos de- tiene despues de haber renunciado objetos grandes. El solitario tiene tal vez mas amor á un animal doméstico, que un gran Papa á toda la-gloria y opulencia del soberano Ponti- ficado. El amor propio sabe bien mudar de objetos sin mudarse á si mismo. Ya se relira y se encierra todo entero en un ángulo del 3 Precidite ramos ejus, Dan. 4, y. 11,

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