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ARA e —Á io TOS e A A E e rd a 306 Paz interior. ria! ¡Oh vergúenza del corazon humano: por unas inclinaciones despreciables que no rom- pemos por falta de valor, ni confesamos por falta de humildad. IV. El origen de los pesares del alma en la hora de la muerte, es ver que por no haber querido deshacerse de algunos entrete- nimientos y vagatelas, ha perdido la santidad el perfecto amor de Dios y un inmenso peso de gloria por toda la eternidad , y á mas de esto porque no hizo otra cosa que sufrir mu- cho , y consumirse poco á: poco por toda su vida en un estado, partido entre Dios y las criaturas. Si lo hubiera dejado todo, lo hu- biera hallado todo 1. La renuncia de sus pe- queñas codicias la hubiera procurado las de- licias del santo reposo , y todas las virtudes que le acompañan. Por desgracia grande, el mal ejemplo, la preocupacion y talvez ¡ah! cierta autoridad útil cuando la conducía á la perfeccion , pero funesta cuando la apartaba de ella, balanceaban con la doctrina y los ejemplos de los Santos en su ánimo; y su mala inclinacion , determinó su corazon y no reconoció su error, hasta que ya no halló tiempo para poderlo remediar. V. Vuestras secretas inclinaciones son como unas enfermedades lentas, que sin hacéros mo- rir os hacen padecer mucho, y por decirlo asi no os dejan vivir. ¡ Enfermos inquietos y 1 Dimitte omnia, etinvenies omnia; relinque cupidi- nem, et reperies requiem. Imit. Christi, lib, 3, cap. 32,

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