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11 el amor á la Iglesia y al Papa que los inflama, el delirante afecto á María que los enardece. Estamos tocando el término de la santa jornada. Entremos en el Templo de Masamagrell para presenciar el último acto patéti- co como todos los demás. El grandioso Templo está todo ilu- minado y radiante como los rostros de todos los espedicionarios, Todo está en perfecta consonancia y armonía, La Casa de Dios parece el Cielo; los Hijos de Francisco unos bienaventurados. Tal es la idea que uno se forma al contemplar los resplandores de luz que bañan los inmensos espacios de la Iglesia, la multitud api- ñada y puesta en pié que llena su recinto, las congregaciones agrupadas en derredor de sus banderas y aquella multitud de fie- les todos con la mirada y el corazón en el Cielo, cantando un mismo himno de gloria, é implorando una última gracia, la de volver á reunirse para nuevas manifestaciones y alcanzar nuevos triunfos. Todavía un momento feliz, que será el último. El Padre Di- rector se deja ver en el púlpito; las miradas de todos se vuelven hácia él, los corazones palpitan. Su voz, entrecortada por la emo- ción, pronuncia algunas palabras de consuelo que apenas son oidas, y enseguida se escapan de su inflamado pecho los entu- siastas vivas de reglamen:o que acaban de grabar en nuestras al- mas las grandes impresiones de la feliz, venturosa y santa jorna- da. Consumatum est. Se llevó á cabo la empresa. El triunfo es completo. El infierno ruge de rabia. Satán brama como toro que ha sido picado. La impiedad huye y se esconde avergonzada, En cámbio el Cielo se felicita, los ángeles baten palmas á los vencedores. Los Peregrinos salen del Templo cantando alegres su victo- ria, y todo el mundo se retira satisfecho llevando á sus casas un recuerdo inmortal «quizas el más grato de la vida,» de la santa Peregrinación al Puig. Concluyamos pues cantando: ¡Viva nuestra Peregrinación! ¡Viva la Iglesia Romana! ¡Viva la Orden Franciscana! ¡Viva nuestro Rey Papa León! FLA TOCINA