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15 su magnífica procesión, asistiendo hace un momento juntos al solemnísimo Sacrificio de la Misa, y en fin, ahora los vemos fraternizar también juntos en los momentos en que toman su refección corporal, ya sentados en los claustros del vasto Mo- nasterio, ya en su espacioso patio ó á la sombra de los árboles, reinando en todas partes una animación Santa que traduce los goces de la familia cristiana, que son los únicos que pueden dar- nos alguna idea de las delicias del Cielo. ¡Oh! qué hermosa es así entendida y practicada esta Religión divina que tenemos la dicha de profesar. Breve fué el rato que pudo concederse á los Romeros para que tomasen su frugal comida de fiambre y su recreo. Los momentos de la Santa jornada son todos muy preciosos: así lo entienden los Romeros y por +so no se dá lugar entre ellos á la disipación: la comida se despacha al vapor porque el día de la Peregrinación no es día de vientre, sino de Oración: este es el principal alimento que sostiene el vigor de los Hijos de Francisco, á los cuales se les vé después de la comida visitando con gran devoción el devoto Santuario de la Virgen, contem- plando las ricas pinturas representadas en el lienzo al fresco, y en los azulejos que adornan la Sacristía y Camarin del célebre Monasterio, mirando el precioso armario lleno de Santas reli- quias expuestas á la veneración pública y postrándose como D. Jaime á los piés de la Sagrada Imágen milagrosamente ha- llada-en aquel mismo sitio, y en fin, cantando los piadosos cán- ticos. de la Peregrinación. Serian las tres y media de la tarde cuando el eco sonoro de la campana anunció á los Romeros la hora dela partida. Al punto se reunen todos en el Santuario, se canta una muy devota Salve, sube al púlpito el P. Director de la Peregrinación y lleno de emoción dá las gracias primero al Cielo y después á las autoridades, al pueblo á sus hijos los Ro- meros, á todos, porque todos habían secundado su Santo pensa- miento y habían cumplido como buenos. El Padre termina dan- do unos vivas muy entusiastas á la Religión, á la Iglesia, al Papa y á Maria, que son contestados al punto con un ardor indecible, como si salieran de un solo pecho. Terminada esta exhortación, el Padre, desde su elevado puesto, ordena que la procesión salga en la misma forma que había venido, y al punto las Congrega- ciones desplegan sus banderas, y postrándose por última vez ante el Trono de María para pedirla su Consoladora bendición, co* PP se tó

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