BFCANT00048230000000000000000
A AS bi Í i 12 El Santuario de la Virgen del Puig, que descuella entre las pintorescas montañitas que le protegen, se presenta á. nuestra vista como engastado en el real Monasterio: los primeros Rome- ros tienen ya la dicha de pisar sus sagrados umbrales, mientras que nosotros, que venimos á la cabeza, nos hallamos todavía á tres kilómetros de distancia contemplando desde una pequeña eminencia todo este ejército de Franciscanos formado en batalla con sus banderas levantadas, hendiendo el aire con sus ardorosas plegarias y tomando por asalto el divino Alcázar de la augusta Reina de los Cielos. Parecíanos estar contemplando una visión de la Gloria. Pero hemos de ver otras visiones de más efecto. Entremos en el pueblo del Puig donde todo respira aire de fies- ta: las calles cubiertas de follaje, los balcones y vantanas con colgaduras, el movimiento de las gentes que invaden las plazas, calles y sitios por donde pasa la procesión, el voltear estrepitoso de las campanas, el canto de los Romeros, todo está respirando jábilo, todo dá realce á la fiesta, todo parece triunfo, todo arras- tra al mundo hácia la Iglesia. Gracias 4 la benemérita Guardia civil y al celo de la autoridad local, la procesión se abre paso franco y expedito por entre las inmensas masas, y logra entrar en el templo antes que nadie. Tras ella entra la multitud: eran las once y media; nunca se había visto el Santuario de Maria tan lleno de animación y de fieles: yo me figuro que la augusta Se- ñora, al ver entrar á los devotos Hijos de Francisco, debió son= reirles y darles la más dulce bienvenida. ¿Quién lo duda? grande fué, sí, la corriente de divinos afectos que se estableció entonces entre los hijos y la Madre, entre la tierra y el Gielo. —¡Oh Maria! dirían los Hijos de Francisco, aquí nos teneis ya en vuestro devoto Santuario; venimos de alguna distancia después de toda una noche de vela y de una procesional marcha de dos horas de camino. ¿Pero qué es todo esto para el amor que os profesamos? ¡Oh hermosa Madre! Vos os mereceis más, mu- cho más, infinitamente más. Tenemos una inefable dicha en ve- nir á besar las gradas de este devotísimo Santuario, donde mila- grosamente habeis querido fijar vuestro real Trono. Recibid, pues, el filial homenaje de nuestro apasionado culto, que es la expresión viva del amor que arde en nuestros corazones, y acó- genos ahora y siempre bajo tu poderoso amparo. —Seais bienvenidos, contestaría á su vez la augusta Reina de los Angeles; seais bienvenidos vosotros los Hijos de mi distingui-
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz