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A a hiere nuestros oidos otra armonía más dulce, más grata y más patética, que es la de las voces humanas, interpretando con sus vivos acentos los religiosos sentimientos de la devota concurren- cia, ¡Oh divino espectáculo! aquí todo es grave, solemne y gran- dioso: todo eleva el alma al Cielo: todo anuncia la presencia del Dios, tres veces Santo, que adoramos. Las elevadas naves del Templo, los ecos del religioso canto, el Pontífice que celebra los Sagrados Misterios, que es un Capuchino de aspecto penitente, la actitud reverente y devota de la muchedumbre que asiste á ellos, el s.Jencio y recogimiento que se nota en los intérvalos en que cesan las voces del coro, el murmullo santo que se ad- vierte cuando el Sacerdote eleva la Sagrada Hostia y Caliz, y luego la voz temblorosa de otro Padre que aparece repentina- mente en el púlpito dirigiendo palabras llenas de fé y de misión santa, todo repito, todo penetra el espíritu, lo remueve y lo pre- para al gran acto del Celestial Banquete ó sea de la Comunión General. ¡Qué Banquete! ¡Qué Comunion! al presenciarla me pregunto á mí mismo si estamos en la tierra Ó en la Visión del Cielo. Venga aquí ahora el ateo, el impío, el indiferente y hasta el salvaje. Venga cualquiera que sea enemigo de nuestra Reli- gión Católica á ver ese Altar perfumado, esa Mesa divina, esos cuatro Pontífices con sus Copones de plata llenos de Sagradas Formas, esos militares que rinden vasallaje al Rey inmortal ano- nadado en la Hostia Viva: vengan á ver esa multitud de fieles de todas clases y condiciones ávida del Manjar divino que la Reli- gión les ofrece, esas filas de hombres, jóvenes en su mayoría, que comienzan á acercarse á la Sagrada Mesa con la modestia y reco- gimiento de unos Angeles, esas grandes oleadas de piadosas mujeres que majestuosamente se agitan en el centro de la Igle- sia, haciendo un movimiento uniforme hácia el presbiterio, don- de brilla la Majestad del Dios que van á recibir: vengan á- con- templar ese imponente ejército de grandes almas perfectamente ordenado en batalla y arengado por un P. Capuchino, en los momentos solemnes en que su Rey y Señor, en presencia de su Córte de Angeles, les pasa revista y les alimenta con su vida mis- ma; vengan á ver las admirables evoluciones que hacen á medi- da que ván presentándose ante el Trono de Su Divina Majestad, el órden, compustura y gusto con que van subiendo unos des- pués de otros las gradas del altar Santo, donde se les reparte el

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