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humano a la luz divina, asi sus discípulos, deben co– nocer a los hombres entre los que viven y conversar con ellos para advertir en diálogo sincero y paciente las riquezas que Dios, generoso, ha distribuido a las gentes, y al mismo tiempo han de esforzarse por exa– minar estas riquezas a la luz evangélica, liberarlas y reducirlas al dominio de Dios Salvador (}\d gentes, 11). La teología de que en el corazón de los hombres y de las culturas estaban las "semillas del Verbo• no la in– ventaba el Concilio, sino que venía de los Padres; con– cretamente en S. Justino se pueden hallar espléndidos pasajes de la acción oculta del Verbo Encamado. En aquel año primero de su ministerio hubo una propuesta muy digna de recordarla. Por iniciativa del Vicario Apostólico del Napo, Mons. Spiller, y con apoyo del Nuncio se ofreció a la Prefectura de Aguarico asu– mir la residencia de Curaray, en la parte meridional. De esta manera quedaría del territorio de la Prefectura to– do el polígono donde se movían los Aucas, ya encomen– dados a los capuchinos. Los superiores provinciales ca– puchinos declinaron esta propuesta, considerando que ya era bastante el territorio asignado a la Orden. Alejandro y los Aucas Auca es la palabra con que los indios quichuas du– rante generaciones han llamado a sus vecinos de selva. Significaría, según la interpretación popular: infiei male– ducado, salvaje; y según los diccionarios quichuas: guerre– ro, bárbaro, rebelde, sedicioso. En una palabra, para los indios los Aucas son los Salvajes. Según los rios que pueden definir límites, se les ha llamado Aushiris, Shiri– punos, Tihuacunos, Cononacos... En la ribera del Napo a un grupo disidente del Cononaco se les ha llamado Pu– cachaquis (Pies Rojos), conocidos más bien ahora como Tagaeri o grupo del cacique Taga. 91

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