BCPAM00R16-4-48000000000
cio positivo frente a la tarea del primer tiempo. Sencilla– mente había que hacer todo, y se hizo lo que se pudo. Aguarlco marcha al Concilio El paso de un superior a otro suele traer aires de r e– novación y juventud. Lo primero que hizo el nuevo Pre– fecto fue convocar una reunión de misioneros para tra– zar unos planes de pastoral de acuerdo con los signos de los tiempos, una pastoral de cara a la nueva etapa y con vistas de futuro. La asamblea se reunió en Pañaco– cha del 19 al 21 de abril y se continuó en la misma re– flexión a los dos meses del 6 al 8 de junio. En el mismo año hubo varias expediciones camino de los Aucas, en mayo, en junio y en agosto. Hablaremos luego. Pero el hecho definitivo -pensamos- en este co– mienzo del ministerio de Prefecto de Mons. Labaka fue su participación personal en la cuarta y última etapa del Concilio Vaticano II (14 septiembre - 8 diciembre 1965). Ya el anterior Prefecto había participado en una sesión conciliar, en la tercera que duró del 14 de septiembre al 21 de noviembre de 1964. Era el tiempo final del P. Mi– guel de Arruazu (como Prefecto Mons. Higinio Gamboa), presentada hacia meses su renuncia al cargo. Para Mons. Labaka acudir al Concilio era entrar en el corazón de la Iglesia Católica, una y universal, y lle– var consigo esa mínima parte de la Iglesia, preciosa por pertenecer al Cuerpo de Cristo, la selva de Aguarico. En aquella etapa final, como se sabe, fueron votados y aprobados 11 de los 16 documentos del Concilio. Entre estos estaba el decreto Ad gentes, sobre la actividad mi– sionera de la Iglesia. Tal decreto es una prueba óptima de la fecundidad de la renovada visión de la Iglesia que el Concilio había adquirido en la constitución Lumen gentium (1964). La historia de este documento constituye uno de los puntos más interesantes del Concilio. Pablo VI mostró un interés particular por el tema. Cuando se discutía 89
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz