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rroquial, pensando atajar de esta manera las borrache– ras dominicales... Más tarde se construyó un hermoso salón parroquial con plazas para 200 personas sentadas. El P. Alejandro (o Padre Manuel o Padre Manuelito como las gentes sencillas lo añoraban después de su muerte) se muestra como trabajador infatigable, tanto tanto, que la despedida fue algo muy singular y no visto en tal extremo en nuestros conventos. Salida de Pifo y reclamaciones del pueblo La estima y aprecio de que gozaba el P. Alejandro entre sus hermanos capuchinos había quedado patente no sólo por el superiorato de la nueva fundación de Pi– fo; aquel mismo año de la llegada a Ecuador, en agosto, fue nombrado primer consejero de la Custodia. Debía suplir al Custodio en caso de ausencia. Así lo hizo cuan– do a finales de mayo de 1957 el P. Custodio, Santos de Egüés, viajó a España para asistir al capítulo provincial. Le sustituyó como Vicario custodia! el P. Alejandro. El aura popular se hizo explosiva con motivo de la salida de Pifo. El historiador de la "Viceprovincia Capu– china Ecuador" (1984), P. Eulogio Zudaire, escribe en su libro: "Un hecho relevante en las crónicas de los diver– sos conventos y residencias es la adhesión de los feligre– ses a la respectiva fraternidad capuchina; pero ninguna entidad urbana se me antoja más identificada con ella como la de Pifo" (p. 392). Sucedió que Ma principios de diciembre -estamos en .el año 1957 y habla la Crónica conventual- llegó la obediencia desde Roma, en la que se destinaba al RP. Manuel de B., actual superior de Pifo y primer consejero de la Custodia, como Superior Regular de la Misión de Aguarico. Se despidió de la parroquia el domingo en la Misa primera. El pueblo quedó consternado ~l saber que trasladaban a su párroco. Inmediatamente después de la Misa se trasladó todo el pueblo al convento para ver lo que se podía hacer para evitar ese traslado. Al día 67

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