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de acuerdo nuestro Hermano Alejandro. Los frutos fue– ron esos..., pero en el Cuerpo Místico de Cristo fueron incomparablemente más; Dios lo sabe. Sin duda que Alejandro además de aquellos tres o cuatro feligreses que acudían a la capillita tenían ante sí toda la Iglesia santa del Señor. Pero continuemos todavía con la despe– dida. Se abren las puertas de la selva En el mes de febrero hubo que salir. Antes visitó Pingliang y oró ante las tumbas de los misioneros que allí habían dejado su vida. El día 17 de febrero cruzaba la frontera china de Hong-Kong. Desde Lanchow, enorme trayecto, el viaje lo había hecho en el mismo tren en que viajaba su com– pañero Fr. Alejo en un grupo de diez misioneros, entre ellos el arzobispo de Lanchow, "custodiados por ángeles custodios armados hasta los dientes; yo sin custodios, como un viajero cualquiera" (20-II-53). Viajaron sin sa– ber que Dios los 11evaba juntos. Fr. Alejo, encerrado en Lanchow con los capuchinos alemanes desde el mes de diciembre, venía juzgado y expulsado con ellos. Se hospedaron con grata hospitalidad en Jos Domini– cos de Hong-Kong. Desde allí escribe Alejandro diversas cartas y su decisión es clara: Puesto que e] P. General da opción para regresar a la patria o quedarse en Filipi– nas, él se quedará en Filipinas. Filipinas no le ha atraído corno desde niño le ha fascinado el Kansu, pero en la alternativa de quedarse en el Oriente o volver, aunque más quisiera otros lugares de Oriente en los que la Pro– vincia no tiene misiones, se queda en Filipinas. Pero en esto, durante su estancia en Hong-Kong. re– cibe una carta del Provincial; también Fr. Alejo. "La obe– diencia para Fr. Alejo era tajante, no así la mía que me dejaba margen libre para irme a Filipinas; por otra par– te hablaba de tal modo que parecía una llamada al a– po. Me he quedado perplejo, sin estrella como los Reyes 59
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