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la ciudad y las aldeas. Pero el acoso de los comunistas va estrechando más y más el cerco. Al principio podía ir una vez al mes a Pingliang. Re– cibía el sacramento de la penitencia y traía medicinas. Pero se le prohibe desplazarse a Pingliang. Y luego se le prohibe salir a las aldeas sin permiso gubernamental. La estación misional está en los arrabales de Tsingning; se le prohibe curar en la ciudad, sin permiso de las autori– dades. Y en un cierto tiempo se le prohibe salir más allá de la calle... Burla, como puede, las prohibiciones, pero está acosado. Los soldados viven con él. Eslaba con otros compañeros, a los que más tarde se asoció la catequista Bárbara Ly. Lucas Chang entretanto fue ordenado sacerdote por Mons. Larrañaga. La pru– dencia ha aconsejado ir despidíendo, por distintos moti– vos, a sus acompañantes. A Lucas Chang le dice que marche entre los suyos; estará más protegido y tendrá además más tarea entre cristianos. Un día escribe a su hermano Domingo: Un día, fatigado por el mucho trabajo dsl dispensario y con el corazón prensado y oprimido por las noticias de la Iglesia de China, salí a respirar un poco de oxígeno en las orillas del río Tsingning y tras un salu– dable baño en sus aguas, comencé insensiblemente a cantar: Mi premio ha de ser, oh Madre, al pie de un árbol morir, de todos abandonado, de todos menos de ti. Oh, querido hermano, casi tenemos al alcance de la mano estas cosas; pero ¡cuán flaca es la carne! Y de nuevo sentí pena de que no estuvieras aquí junto a mí, para hacerme el dúo como en la despedida de España, ante radio San Sebastián. Tras esta ráfaga fu– gaz de pesimismo o de nostalgia (llámala como quie– ras) me inundó la paz y la serenidad recordando: 'Tu hermano y otros muchos, muchísimos, hacen más por t~ mucho más que lo que significaría hacerme compañía en esta soledad'. 53

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