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·sucedió hace dos meses y medio. A las ocho y me– dia acudí al Dispensario, donde estaba ya curando Fr. Francisco de Zabalza y noté en él una alegria especial. Como buen curioso acabé por preguntarle: Fr. Francisco, ¿qué le sucede que está tan conten- to? ¿No oye la música y los llantos de la calle? -me preguntó a su vez. Sí. ¿Quién ha muerto? Pues el viejo de la casa de enfrente. Sin bautizarse, ¿verdad? No, a última hora nos llamaron a curarle, le expli– camos un poco de doctrina y se bautizó; pocas horas después se fue al cielo... Insensiblemente nos habíamos asomado a la venta– na; pero al ver a los parientes hacer una infinidad de ceremonias supersticiosas, nos retiramos a curar a nues– tros enfermos mientras Fr. Francisco decía frotándose las manos de satisfacción: En el cielo le veremos... ¡Ani– mo y a trabajar con nuevos bríos! Han pasado unos meses desde aquella escena. Al co– menzar nuestra labor de caridad en el Dispensario me dice la monja, Sor Maria Ly: te. Padre, hoy tengo una gran pena. Pues, ¿qué le pasa? Que ha muerto la ancianita de la casa de enfren- ¿Aquella cuyo marido hace cosa de dos meses... ? Sí, la misma. Y ¿no ha tenido la suerte de su marido? No, Padre; yo le había predicado algo y tenía mu– cha esperanza de que en el último trance... pero no nos hemos enterado ni que estaba enferma y se nos ha muerto sin bautizarsew. El P. Alejandro concluía reflexivo el relato: wAsí son nuestrdS penas y alegrías. ¿No habrá entre nuestras her– manas de clausura quienes quieran aumentar y centu– plicar las alegrias de Fr. Francisco y disminuir las penas de la monja china, Sor María Ly?" 45

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