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Los primeros días nos reíamos mucho porque nosotros les hablábamos como en España y nos entendían todo al revés, y no podíamos hacer carrera con ellos. Aquí estoy con otro padre de Villava llamado P. Vi– dal y estudio el chino con un seminarista que ha sus– pendido los estudios por enfermo; es muy listo y habla bien el latín, castellano, inglés y chino. De todas esas lenguas usamos un poco y nos entendemos muy bien. Hasta sabe algunos cantos en vasco. Hace algunas sema– nas nos invitaron a hablar en la Escuela ormal de la ciudad ante unos 150 alumnos de unos 18 años la ma– yoria. Les hablábamos en inglés y luego les canté yo al– gunos cantos en castellano y otro en chino; mi maestro para agradecerme de parte de todos los estudiantes mi intervención nos cantó un canto en vasco, el Mendigoiz.a- 1.eak de memoria y pronunciando muy bien. Ya verás que los chinos no son cualquier cosa y que estoy bien• (26-XII-48). El seminarista, su maestro de chino, es Lu– cas Chang. Misionero franciscano China desde nuestra península ibérica puede apare– cer como un país exótico y legendario, y el misionero como un pequeño rey de aventuras, yendo a lomos del borrico en busca de sus cristianos dispersos por las montañas... Pero a quien quiere afrontar la vida misio– nera como destino de carne propia no le interesan fan– tasías que se desvanecen, sino el pan de la realidad ver– dadera. Desde Pamplona le escriben a Alej andro sus compañeros de estudio -en este caso un primo capu– chino- y le pregunta cómo se casan vida franciscana, abocada al despojo y pobreza, y vida misionera. Alej an– dro coge la pluma y escribe, junto a la gramática, una larga epístola, y va respondiendo a preguntas como és– tas: ¿La vida de la Misión es verdaderamente francisca– na? ¿Qué tal ambiente se encuentra para la vida espiri– tual? ¿Hay que sufrir mucho? 41

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