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con su vocación sacerdota1, vivió como pocos e] ascenso hasta esa meta a través de la recepción de las órdenes sagradas. Tengo muy presente su fervor, sus sentimien– tos de gratitud humilde hacia e l Señor en los ejercicios espirituales de p reparación para el presbiterado en di– ciembre de 1945, siend o yo director del teologado. Con su fervor eucarístico corría parejas su celo mi– sionero. Cu ando en 1942 organicé entre los estudiantes la academia misional, fue el primero en dar su nombre y durante los cu atro años fue uno de los miembros más entusiastas y activos. Persuadido de que Cristo le había llamado para ser misionero, se fue preparando para este destino mediante una verdadera espiritu alidad misione– ra. Todo cuanto se relacionaba con la Iglesia misionera hacía vibrar su espíritu; seguía, sobre todo, con ansiedad las noticias que llegaban de la misión de Pingliang, Chi– na, que él miraba como su futuro campo de actividad apostólica. En efecto, el día más feliz de su vida fue aquel en que, apenas terminados los estudios, recibió la nueva de que iba a formar parte de la próxima expedi– ción a aquella difícil misión. o quiero omitir su piedad mariana, natural y es– pontánea, que fray Manuel sabía encuadrar inteligente– mente dentro de esa misma espiritu alidad misionera. Hizo suya la conocida oración de Raimundo Lulio salu– dando a la Virgen de parte de cada uno de los pueblos infieles• (Roma, 24-II-88). Sacerdote para siempre Cuando ya iba adelante el cuarto curso de Teología y en los días precedentes a Navidad, témporas de Advien– to, como era costumbre entonces, se hacían las ordena– ciones sacerdotales. A Alej andro le llegó la hora ansiada del sacerdocio. Iba a conferir las órdenes sagradas un obispo capuchino misionero, Mons. Joaquín Olaiz Zabal– za, antiguo obispo de Guam, que ahora residía en el convento de Pamplona Extramuros; pero Monseñor fa– lleció el día de la Inmaculada de aquel año 1945. Se 30

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