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minaba pujante. Mucho se hacía esperar el nombra– miento, pero al fin llegó. El día 21 de febrero de 1990 se comunicaba que un capuchino de la misma provincia religiosa que el P. Alejandro Labaka, era designado sucesor. Se trataba del P. Jesú~ Esteban Sábada, quien el 3 de abril recibía la consagración episcopal en Pamplona (España), y el 24 de mayo, rodeado de obispos y muchos fieles hacía su entrada canónica y pastoral en el Vicariato. En octubre de aquel año, del 22 al 27, en una se– mana intensa de trabajo y comunión se celebró la Asam– blea del Vicariato. El objetivo general de la Iglesia de Aguarico se marcaba así: «La finalidad de la Igle– sia de Aguarico, en cumplimiento de la misión evangelizadora y liberadora recibida, es la construc– ción del Reino de Dios; para ello opta por una Iglesia autóctona e indígena, en comunidades , con clero nati– vo, nacida preferentemente de los pobres, y colabora en la construcción de una sociedad nueva mediante el acompañamiento al pueblo y a sus organizaciones». Se trazó un «marco referencial» , concretando el ob– jetivo general. Y se decían cosas como éstas, que sin duda no sonaban nuevas a Jos agentes de pastoral, porque estaban en la enjundia de lo que era Aguarico: « . . . Iglesia autóctona e indígena que parte de las se– millas del Verbo, vive la fe y la expresa desde su propia cultura, lugar privilegiado de la revelación de Dios . Iglesia misionera participativa, corresponsable, en línea permanente de inculturación-encarnación. Co– munión con la opción profética de la Iglesia Latinoa– mericana, manifestada en Medellín y Puebla» . Con– cluía el testimonio: «Todo lo anterior marcará una espiritualidad nacida de la experiencia de Dios en la nueva evangelización, situación cultural, social y un nuevo ardor evangalizador. Nos han precedido en es te testimonio nuestros hermanos Alejandro e Inés ». 283

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