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les que habían movilizado a los dos mártires yacentes en la pequeña iglesia-catedral. Se sentía que Alejan– dro e Inés eran el corazón de la Iglesia de Aguarico, como si ellos, desde su silencio, hubieran tomado las riendas de la aventura evangélica en que todos se sentían embarcados. Y la vida sigue. Sigue en la selva de estos ríos , conquistada por nuevas carreteras; sigue en Coca, a ritmo acelerado, cada vez más ciudad. Muchos de los que hoy sudan y trabajan ahí no conocieron a estos misioneros y la muerte que hemos descrito queda pá– lida como otros sacrificios sangrientos que ha cos– tado la lucha de] petróleo. Pero Alejandro e Inés se iban aposentando más y más en e] alma de la Igles ia Ecuatoriana y empezaban a ser bandera y signo de esa audacia que se requiere para la nueva evangelización . En octubre de 1989 los obispos de Ecuador visita– ron al Papa, en la visita quinquenal que se hace, y en el Saludo de presentación, Mons. Antonio González, presidente de la Conferencia, se expresaba así. «E n estos últimos tiempos, los obispos de Ecuador hemos lamentado la muerte,. con caracteres de martirio, de Mons. Alejandro Labaca, obispo vicario apostólico de Aguarico, en la selva amazónica». El Papa, al fi nal de su mensaje respondía: «Que el dueño de la mies envíe numerosos operarios a esos territorios, fecu n– dados recientemente con la sangre del obispo Alej an– dro Labaca y la religiosa sor Inés Arango». Mons. Jesús Esteban Sádaba al frente del Vicariato Tras la muerte del pastor vinieron las consultas re– glamentarias, según el derecho vigente, para designar el sucesor. Mientras tanto la comunidad cri stiana ca- 282

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